EN EL CEMENTERIO DE PÈRE LACHAISE
CHOPIN
El cielo de París pocas veces es azul
y la dulzura de la lluvia perfecciona
el paisaje de Père Lachaise.
Toda la mansedumbre de los mundos
aquí se olvidan de volcanes y terremotos.
Nosotras, cantantes amorosas
no nos olvidamos y los escribimos
con tinta negra sobre el pentagrama.
Oscura, moribunda defraudada, su tumba
se oculta entre la niebla y el recuerdo.
Su música sigue iluminando las aguas
del Lago de los Sueños, bañando
las arenas de su amada Valldemossa
desde el umbral solitario de ese mármol
que lentamente se desnuda bajo
la negación eterna.
Sus notas, reliquias sonoras viajan por el mundo,
sus inscripciones sangran y maldicen
la cruz de su sepulcro.
Sus manos están grises y su frente,
alisada por decenas de años dulcemente,
es acariciada por la música de sus sienes.
Su belleza desnuda se recoge
en bellísimos compases nocturnos,
guardados en la memoria de pianos
iglesias y salas de conciertos;
y, los verdes cirios (que colocamos nosotras)
arden como en el valle mallorquín
de la aurora olvidada.
Sylvia M. Folch
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