24 ago 2012

Cap 4 de LAS PUERTAS DEL MONASTERIO (cont)

                                                         ADOLESCENTE FRENTE AL MAR

 

"Sylvia, mi amor, tú qué sabes lo que es una voz de socorro,

 

"No me dejes sin luz y sin color olvidado de ti como de mí, perdido en el abismo de la desesperanza que yo mismo he escrito con dolor y con temblor".

 

"No me dejes sin voz y sin amor, olvidado de todo como si no fuese más que negro frenesí nacido del silencio que ha ido creciendo en mí como lo hace una semilla al humedecerse".

 

"Deja que me penetre  tu fulgor, admíteme en tu mundo necesario y deja que yo describa tu lamento".

 

Te quiero. Dime qué día podemos hablar. Necesito hacerlo mientras te miro a los ojos. Daniel.

 

Noté como si saliese humo de mi sangre. Encontré de gran belleza esas palabras. Para calmarme, imaginé que Daniel habría copiado ese texto de algún libro de poemas, pero el sólo hecho de encontrar ese texto, seleccionarlo y aplicarlo en una situación tan difícil, ya indicaba una sensibilidad tan extraordinaria que me llegaba al alma.

 

Antes de contestar llamé a Simone, le leí de viva voz todos los mails, los de Daniel y también los míos. Simone, incomprensiblemente estalló en carcajadas y me dijo: ¡Estás loca! ¿Cómo me pides consejo a mí, si sabes que yo en cuestiones de sexo necesito salirme de la norma? Ese tipo de relaciones no sólo me trastorna sino que las necesito. No me pidas consejo a mí. Pídeme lo que quieras, pero no lo que has de hacer con tu sexo y con tu alma, pues ya eres mayorcita. Ya no estás en el lado oscuro de las puertas de tu monasterio.

 

Contesté a Daniel

 

De acuerdo mi amor,

 

Me rindo ante tus demandas, sólo te pido que me des tiempo para calmar un poco los latidos de este corazón que no se acostumbra aún a este mundo. La semana que viene te diré el día en que nos hemos de ver.

 

Besos, besos, besos,…

Te quiero. Sylvia.

 

Durante toda la semana estuve meditando sobre lo "ocurrido" en la mente de Daniel y en la mía. Siempre creí que intentar la pureza es intentar la autenticidad. Siempre consideré que para ser auténtica, era necesario un considerable esfuerzo lúcido. Ahora me daba cuenta de que todo depende de lo que se entiende por pureza.

 

El conocimiento filosófico místico de Daniel era, evidentemente, incipiente y no había podido madurar en él el sentido de la salvación, pero aunque las circunstancias no habían cambiado, su propia mente sí había cambiado al adquirir plena consciencia de su situación. Y su cuerpo ya estaba dando muestras de crecimiento como el del orangután que sabe que hay una hembra disponible.

 

Al igual que la orangutana acepta la relación sexual asimétrica, yo decidí entregarme a Daniel, pero antes acepté la recomendación de Simone. A Simone siempre le había dado algún tipo de secreto placer visitar cementerios. Quise saber que se sentía en esos ambientes y acepté su invitación de visitar aquel domingo el cementerio de Père Lachaise. Me impresionó mucho el mausoleo de Chopin. Tanto que llamé a Daniel y le dije que corría a casa para entregarme.

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