11 may 2016

miré el mar y su agua que lo hace sensible


LUZBÉLICA NOCHE EN EL MAR

Antes de embarcar
llegó una mujer muy cerca de la menorquina, en el muelle junto al restaurante donde había hecho una comida frugal para evitar un posible mareo. Caminando lentamente por el muelle me miró. No había bebido ni una gota de vino y puedo asegurar que un manto de plumas y oro, una piedra azul sobre el pecho y los pies desnudos eran su vestido.

Al pasar junto a mí me miró
con ojos abiertos como los polos del mundo y yo la seguí con sostenida mirada. ¿Pero es que soy yo quien la persigue? ¿O es ella la que me busca por mares y cielos; en la noche de   palabra; de eternidad en eternidad? La vi caminar por el muelle que me señalaba su hermoso cuerpo, y su paso estallaba suave en su pelo como las banderolas en los mástiles y siempre mirando al mar.

El fuerte viento me impidió hacerme a la mar
y cuando aún en el puerto, al amanecer, me pareció ver cómo sus ojos subían lentos como la luna creciente al barco que, en quietud, acechaba los mínimos movimientos del aire. Subí al puesto de gobierno en cubierta y tras de mí quedaron los pensamientos como los de una ciudad sumergida: en silencio.

En pocas horas alcancé mi caleta preferida.
Con la menorquina fondeada respiré hondo sintiendo la sal sobre mis labios; vagué lentamente por cubierta como si me moviese sobre una nave helénica detenida por la ausencia de viento bajo un sol también detenido y sin fin. La que parecía mujer –ya no sé-, y si en realidad era un Ángel Custodio de la Piedra Azul volvió al espíritu que se había apoderado del barco y sus ojos abrieron el aire en huida con el sol. Y miré a tierra firme y al pueblecito que desde su costa parecía decirme: ¡Vuelve! ¡Vuelve!

Por encima de aquellas casitas
la blanca neblina ocultaba el campo estéril de montes calcinados en los que planeaba la sensación de que allí aún habitaba una especie de buitre gigante que ya había devorado a todos sus habitantes y había transformado todos los ríos en negras arenas que en la espuma llameante de oscuras osamentas caían al mar.

Y miré el mar y su agua que lo hace sensible y vi:
que las olas al unirse en planos y esferas como cuerpos homotéticos absorbían la luz, multiplicaban las lunas en el aire y al liberarse de la superficie del mar dejaban su estado de cúpulas plateadas para ascender, como planetas deshabitados al cielo.

Al caer la noche el barco
pareció caer bajo el Miedo, en el Vientre del Miedo, en el vientre de sombra y alucinación por un mar de mercurio sin piedad. Y calmo, empecé a preguntarme ¿Cómo fue que caímos en el Mundo de las Sombras bajo el Poder del Miedo? ¿Ocurrió en el momento en que las olas del mar empezaron a absorber la luz?
  
                                                                                   Johann R. Bach

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