LA NAVIDAD EN SIRIA
Entró jadeante en la tienda
un brumoso muchacho moreno. Vino a acostarse a mi lado, y me miró y yo a él –y no fuimos desconocidos-
Desde aquel momento
estuvo tratando de convencerme de que me escapara –refugiada otra vez- atravesando la frontera donde me darían un uniforme, me harían fotos y no me faltaría la comida;
viviría en otra tienda más grande.
Volví a sentir la soledad,
como la fiebre, medrando en la noche.
Por la mañana agitó la mano
y desapareció aquel brumoso muchacho moreno, su uniforme y el kalasnikof.
Sus veinte años
se enterraron en mi pasado, -que estuvo dentro de mí. Desde que llegó sabía que no se conformaría con una mujer de treinta y ocho de sienes cargadas de sufrimiento ya blanquecinas.
Pasamos hambre.
A menudo también sed. No sólo de agua. Muchos nos abandonan esparciendo polvo y ceniza sobre mis dedos.
De buena gana
me bebería el alma entera.
Todos esos ardorosos jóvenes
que pasan por mi tienda quieren darme a entender –la excusa precisa- más allá de todo argumento, qué es por lo que ellos me buscan.
Escribo versos
y viendo que se comportan conmigo como un niño mal criado, muda en rabia mi estar de ojos cerrados y estallo, pero
de nada vale decirles:
"no más, no más, sal de aquí, no vengas a echarte como un perro a mi lado".
Tengo ilusión,
amor suficiente para no odiar y risa por dentro.
Sigo esperando que deje de nevar,
que vuelva la primavera y quién sabe si también la paz.
Johann R. Bach
es lo que deseamos todos-Te convences lo absurdo de odiar, y no poder reír-Lo que esta pasando, encoge el alma.
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