EL PEQUEÑO POETA
Mira con tristeza desde la colina
un pequeño poeta cómo se llena la tierra de humo, una tierra que sus padres le han dicho que se llama Siria.
Le escuecen los ojos.
El viento impregnado de partículas
de uranio empobrecido y de restos del fósforo de las bombas de racimo llega desde Alep hasta el mar.
Le hace toser y echar lágrimas
que emborronan lo que escribe.
De una tirada,
sin párrafo ni coma, de cualquier modo, pueden leerse de izquierda a derecha, con una escritura que no necesita vocales para explicar la belleza del mundo, unos sencillos versos
cerrados de pronto a la infancia
que describen el azul del mar,
la creencia en los milagros y que no todo está perdido.
El pequeño poeta
no conoce la poesía de Rimbaud y, sin embargo, ya invade su cuerpo un espíritu –aunque triste- bello en el reino de la ceniza en el bosque de las preguntas sin respuesta y
comienza su difícil papel del anti-héroe
del que ya no se preocupa de halo alguno
ni de aparecer ante una balanza-juez ocupado en consumir a fondo su injustificable búsqueda de la belleza allí donde otras personas no ven más que terror y superfluidad.
Johann R. Bach
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