ALMENDROS MALLORQUINES
Aparentemente no sería difícil escribir
un poemario de lectura preferente en horas nocturnas. Bastaría con describir lo que tú y yo vimos.
Se podría decir que vivimos en un tiempo en que el aire era transparente y veíamos por el lado menos turbio todo el sistema planetario o por lo menos los cinco cuerpos celestes más visibles:
Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno
que sumados a La luna y el sol conformarían la semana.
Cada noche veíamos el temblor
de la luz en las venas y el lodo de las emociones en la punta de nuestros dedos; el latir del tiempo en la humedad de los labios.
Veíamos el insomnio de Saturno
con sus anillos de lunas rotas, el esperma reseco en la cabellera del cometa Halley, las estrellas muertas de las ciudades imaginadas y los huesos tristes de las palabras.
Cada noche veíamos ¿recuerdas?
la mano inteligente del hombre de dientes transparentes y ojos brillantes cobijados bajo gruesas cejas.
Supimos en que consistían
las lluvias torrenciales adivinando cada noche una lluvia espesa, de color casi anaranjado, mezclándose con el lodo, plomiza.
También veíamos el futuro
de aquel hombre de dientes transparentes; cómo con el tiempo aparecería en su mano una almendra y las ciudades que conocíamos por los libros arderían como lo hizo Roma.
Veíamos como aquellos incendios
destruirían hasta el último corazón del sueño.
Sin embargo fuimos capaces
de vestirnos con la piel porosa de nuestra caligrafía y, absortos, comprendimos la esperanza de la almendra de romper su cáscara y concluir.
Johann R. Bach
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