OÍR A LOS QUE CANTAN LIBRES
A tu padre ¿recuerdas?
no le era indiferente ni un solo pasito o caída de un niño en las ortigas. Acudía inmediatamente con el vinagre en una mano y el corazón en la otra.
Aunque tu madre le decía: "ponle hielo"
A ti tampoco te es indiferente
ni una caída de un niño, aún sin heridas… Y sin embargo el mal asciende por la médula espinal de la humanidad, cubierta de esputos sangrientos como las escaleras de un dentista primitivo.
Ese mal se arrastra desde hace siglos;
tu esperanza se basa en que pronto, lo inesperado por absurdo , su cansancio salga a flote antes de que el engreimiento alcance las partes más finas del cerebro; y, los esfuerzos de sabios educadores calen hondo.
Por supuesto… Puedes también esperar,
a que algo estalle y nos caiga encima una lluvia de estrellas henchidas de amor, de una densidad tal que no dejen caer o abandonar a ningún niño bajo una parra aplastada por las patas de la lluvia.
Quizá no esté lejos el momento
en que ya no tengas que cantar mientras vendimias para probar que no te comes las uvas, o ser corroída por el vinagre o la hiel y vengarse en los otros culpabilizándolos,
o quemar a las mujeres el seno derecho
con la excusa de falta de amor por cáncer y luego decirles que eso es una buena cualidad para que tiren al arco con resentimiento premiado con medallas.
Quizá esté cerca
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