18 jul 2013

Agradezco tu visita

    EL REGRESO A LA LUZ DE UNA VELA

 

Conocí a muchas personas

que paulatinamente las dejé ir y me asombró verlas tan confiadas, tan pronto como en el olvido, tan justas, tan distintas a su fama.

 

Pero sólo tú, tú regresas;

me rozas, me rodeas y quieres darme algo que quieres que guarde: ¿una cajita de plata tal vez en la que otra diosa del amor, Gudrun, depositó un único beso?

 

Déjame conservar lo que consigo lentamente.

Por una vez, creo que tengo razón; y tú te equivocas si, enternecida, sientes nostalgia por alguna cosa. No estás aquí pues vivimos en mundos distintos, pero aún más lejos te imaginaba.

 

Y me desconcierta que seas justamente tú

quien yerra y viene como una luna…  llena de Arenys de Mar; tú que me has transformado más que cualquier otra mujer.

 

Creí que mi ausencia no te alteraba,

y el que tu poderosa voluntad nos interrumpiera oscuramente, desgarrando hasta el más vacío de los espacios no te quitaba el sueño:

 

sólo yo debería estar entristecida:

ese es nuestro asunto, y ordenarlo será la labor que debemos hacer con todo. Pero que tú misma te entristecieras aún ahora allí donde no tiene validez tristeza alguna1;

 

que de tus vastos territorios del inframundo

pierdas algunos horas, que vengas a esta humilde Barcelona nacida entre granados donde todo son sueños.

 

Que tú, dispersa,

dispersa y escindida por primera vez, no hayas acogido el surgimiento

de otros mundos, infinitesimales quizá, como los mediterráneos te sientas arrastrada por la silenciosa gravitación de una inquietud cualquiera me despierta a menudo por las noches como el asalto de un loco noruego disfrazado de policía.

 

Me gustaría creer que vienes

por generosidad y exuberancia, porque estás tan segura de ti misma como como el olivo de la vida; pero no: tú suplicas. Y eso me penetra hasta los huesos atravesándome como el ruido de una sierra.

 

Si tú cual un fantasma,

me hicieras llegar algún reproche que me atormentara  cuando de noche me recojo a mis pulmones, a las entrañas, o a la más débil aurícula de mi corazón, tal reproche no sería tan cruel como este ruego.

 

¿Tú qué pides?

Dime, ¿Debo viajar? ¿Has olvidado algo como mis libros o mis medicinas que sufren y me reclaman? Sabes que me gustaba el uso que hacías de las frutas plenas. Las ponías frente a ti y equilibrabas su peso con colores y así como a las frutas veías también a los niños.

 

Finalmente te viste a ti misma como fruta,

te arrancaste de tus vestidos, te pusiste ante el espejo y te dejaste hundir en él, hasta la mirada; ésta quedó asombrada; pero no dijo: esto soy yo, sino: esto es.

 

Así deseo conservarte,

así como tú te colocaste en el sillón, con mi aliento profundamente

dentro de tu ambarino cuenco y más allá de todo. Pero, ¿por qué vienes ahora tan distinta? ¿De qué deseas retractarte? Si vienes, hazlo a la luz de una vela.

 

No temo mirar a los ángeles ni a las diosas

en mitad de noches consteladas. Cuando vienen, ellas también tienen derecho, como todo, a permanecer en nuestros ojos.          
 
                                                                                                                                                                    Johann R. Bach

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