A TI, BONDADOSA MUJER
Entre todas las bondades de este mundo,
la tuya es una bondad innata: Una bondad endeble y tierna, inagotable; una bondad que se expande, sin arrepentimientos ni devoluciones, cuyo origen surge de la fuente de todas las cosas.
Esa bondad tuya es un bien sagrado,
que expande por todas partes el beneficio y la vida, la verdadera semilla celeste que germina por todas partes y que expande la vida, y el único bien aquí abajo, en un pedazo de tierra bañado por los mares, que nos otorga el derecho a decir que hemos vivido.
Tú, la más pobre y humilde de las mujeres,
la mujer triste y sola, aquella en la que se resume el sobrecogimiento y el dolor del harapo, el ser débil, en una palabra,
y que el mundo olvida,
serás siempre el ser encantador y sagrado que merece ser, que tiene derecho al mañana.
Haría falta que la vida marchitara tu alma
para que ésta dejara de tener encanto, dulzura o belleza. ¿Cómo es posible olvidarnos de tantos millones de sonrisas como la tuya que nos abren los brazos todos los días?
Johann R. Bach
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