29 mar 2016

Las calles empedradas habían perdido sus adoquines de granito,


VISTAS AL MAR

En medio de un agosto sofocante
me aburría como cualquier araña lasiodora durante las vacaciones escolares: colgada en mi cómoda hamaca una telaraña de colores especialmente preparada para aguantar el calor entre dos gruesos volúmenes de geografía.

Mi mínimo corazón dio un vuelco
al oír el clásico hurgar de una llave en la cerradura: Emilia la escritora volvía a casa, a llenar el aire con el aroma de naranja propio de la crema con la que acostumbraba a embadurnarse la piel después del baño. Por otra parte ardía el sodio en mis venas por la curiosidad de saber cómo le había ido el viaje.

Lo primero que hizo Emilia al entrar en el apartamento fue abrir los grandes ventanales permitiendo así la entrada brutal de la luz del mediodía. Deslumbrada por aquella tormenta de luz sobre mis ojos no pude ver de momento que estaba haciendo, pero por el ruido de los zapatos lanzados sobre un rincón bajo la mesa pude adivinar que estaba aligerando su cuerpo. En efecto poco a poco recuperé mi aguda visión y pude comprobar que se había quitado los pantalones y la camisa empapada de sudor.

Desde mi posición la veía de espaldas
mientras pensativa observaba las fotografía enmarcadas situadas en la cómoda. Tenía un cuerpo precioso y su piel ligeramente bronceada podría ser la envidia de cualquier diosa del amor. Viendo aquella belleza escultural nadie diría la edad que tenía ni mucho menos la madurez de su intelecto.

La imagen de su madre
con un peinado de los años cincuenta destacaba sobre una pequeña foto situada en una esquina inferior de un soldado de rostro famélico… La tomó delicadamente y la situó junto al jarroncito sobre el tapete de macramé de la mesa. Se situó junto a la ventana desde donde podía ver el puerto, los astilleros con sus grúas oxidadas, con sus barcos seccionados como los motores de un museo de la técnica.

Pese a su soledad
no estaba abrumada por la tristeza, daba vueltas por el apartamento como reconociéndolo, se miraba en el espejo y se acariciaba el pecho como una colegiala que se sabe segura de que nadie la observa. Finalmente entró en el lavaba y preparó la bañera para una ducha de agua tibia.

Después de haberse bañado
se sentó frente al gran ventanal que daba al puerto y como si se le hubiese olvidado vestirse empezó a escribir. Rápidamente me trasladé por el techo hasta el dintel de la ventana y comencé a leer lo que estaba escribiendo en su diario. ¡Por fin me iba a deleitar con sus escritos de nuevo!

"He venido –comenzaba a escribir- por ver el mar, pero no me apetece ir a la playa: me conformo ver desde aquí la actividad portuaria. He estado sólo dos semanas en otro mar: miles de rollizos y rollizas, como una colonia de leones marinos, peleando por un trocito de arena. Mujeres con el pecho desnudo plantadas en el agua hasta la rodilla. Buñuelos de Pascua y cerveza, gaviotas picoteándose los dedos de los pies. Música de salsa en todos los altavoces y mujeres casi desharrapadas vendiendo maíz cocido, pistachos y coco con sus niños culo al aire rastrillando la arena".

"El mar ha envejecido terriblemente
en tan sólo dos milenios (¿o es sólo su piel la que se ha arrugado): La venus que en otra época salía de las olas en una concha es ahora una semidiosa ordinaria, con el maquillaje extendido como una máscara y la dentadura postiza hilvanada con tornillos de titanio a las mandíbulas y manchada de carmín".

"El último día salí a dar una vuelta por la ciudad,
entre edificios siempre iguales con dos ventanas por apartamento. Cuando entre ellos no se ve el .mar, puedes pensar que estás en cualquier gueto árabe de una ciudad europea. Cientos de viejos Twingos aparcados en la parte trasera de los edificios, con las barras de sacudir alfombras torcidas y cubos de basura volcados. Tomé el autobús hasta el barrio antiguo, increíblemente ruidoso. Las calles empedradas habían perdido sus adoquines de granito, las casas mostraban sus muñones y las fachadas estaban desconchadas enseñando sus ladrillos".

"En el patio de un edificio
de adobe morado recortado sobre el mar, con periódicos amarillentos en las ventanas en lugar de cristales, una maceta de lavanda florida olía embriagadoramente, señal de que allí vive, sin embargo, alguien. En una mesa alta improvisada con dos trozas de tablón, tres hombres, en pie bebían sendas cervezas en vasos metálicos mellados. Sus camisas estaban empapadas de sudor como si acabaran de mojarlas en el mar".

"Un escaparate invitaba a comer pizza:
aceitunas y medio huevo duro sobre un barniz de salsa de tomate en conserva: precisamente mis enemigos las harinas debilitantes del sistema inmunológico, el huevo origen de multitud de alergias y el tomate favorecedor del ácido úrico…". En las casas de cambio instaladas en garitas minúsculas, el cambio del día estaba escrito a bolígrafo sobre unos trozas de cartón, humedecidos ya por la brisa del mar".

De repente, Emilia dejó de escribir,
puso música rítmica, se estiró sobre la alfombra y empezó a hacer ejercicios extraños aunque su bello cuerpo al seguir el compás de aquella música excitante parecía compensar su soledad. Claro que no estaba tan sola; ahí estaba yo una modesta araña lasiodora, para contarlo todo. Espero que mañana continúe escribiendo…

                                                                                     Johann R. Bach

1 comentario:

  1. XANA GARCÍA
    23:00 (fa 1 hora)

    Sólo a ver la mar desde su balcón a través de la ventana que da al puerto oxidado ,lleno de actividad en abandono.Sólo ver la mar, su inteligencia y sensibilidad rechaza el ahora ecosistema multitudinario playero vulgar,chirriante que asfixia todos los sentidos hasta invadir sus aguas más puras y bellas por las semidiosas decadentes que se aferran transformadas en máscaras de lo que ya no pueden ser.No le pareció mejor la ciudad con olor a tomate frito,filas de dormitorios como ataudes,sin identidad .Ni el barrio antiguo se salvaba de la decadencia herido por el hormigón sin un ápice de silencio sonoro cultural ni poético .Emilia no sentía sola en su ya antigüa soledad ni triste,se debatía entre la añoranza pasada y el esperpéntico presente descubierto contaminado,y solo una danza salvaje como la de un chaman ferozmente atacado que lucha contra si mismo baila para desprenderse,y volar hasta derrotar el profundo vacío que acuchilla en un universo más puro donde tendría cabida posiblemente aquella maceta de lavanda florida que olía embriagadoramente, señal de que allí vive, sin embargo, alguien."...El difícil cruce de caminos entre el pasado y un presente que nada tiene que ver con lo que somos y rechazamos.

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