21 jun 2014

Leocadia no está enamorada de ti, pero te recuerda y me lo cuenta todo (¡todo! Sí. ¡Todo!)

CARTA DE AMOR A UN SUBDIÁCONO

 

Hola mi amor

 

He recibido tu carta sellada en Zürich

y me imagino, te veo, como cruzas esa pequeña porción de bosques y lagos que hay entre el Seminario de Luzern y Zürich. Te veo depositando un sobre sellado con tu propia saliva que a solas la lameré para tragarme todo el amor que en ella has puesto.

 

La he leído por primera vez

con la velocidad del rayo y con el corazón a ciento ochenta pulsaciones; la segunda más despacio, racionalmente, pensando en esta maravillosa locura de amar, por último en la cama besando el papel que sé que tú has tocado. Me he deshecho como una colegiala. 

 

¿Sabes amor?, durante todo hoy,

mi puerta se abría chirriando un poco como para dejarte paso. Se han llenado de carne platos y mesa. Todo resplandecía en los cristales del agua. El perejil se ha cocido sin perder su verdor. El reloj ha tocado las cinco y mi marido se había marchado ya hacía rato. Miro la puerta y me parece que de un momento a otro vas a entrar.

 

La carne, sin palabras,

ante mis ojos de té, y en mí.

 

Y yo que había leído todos los libros.

 

Hoy después de leer tu carta

la casa no es la misma casa. Crece el orégano para aplacar mi sexo y su aroma se desborda por encima de la puerta. La fruta acepta el reto del reloj como mis genitales. Ya lo sé, ya lo sé: ¡las seis y aun hablo sola! ¡Qué placer el de los dedos entre las sábanas frescas de la siesta! ¡Cómo sonreirán cerradura y puerta cuando tú llegues!

 

Ya sabes que desde aquel día que estuvimos en la playa

–aún siento el aroma de la madera recién pintada de la caseta de los Baños de San Sebastián como algo cosido a mi espalda-, duermo en una habitación aparte. A mi marido no le importa porque a fin de cuentas cuando te conocí yo ya era una soledad lila de veinte años de antigüedad.

 

Pero últimamente noto que revuelve cosas

en mi habitación y no sé si ha leído alguna de tus cartas, pero lo noto algo raro. Ya sabes: a la vejez viruela. Una de las veces que lo sorprendí en mi habitación tenía en las manos una carta tuya. Cuando salió arrastrando el culo y su bastón, la leí para ver si podía haber localizado algún dato tuyo.

 

¡Qué placer releer tus cartas?

Si alguien las lee dirá que estás loco. Si alguien en el seminario llegase a saber cómo me tomas por detrás te acusaría públicamente de ese pecado bíblico que denominan sodomía. Pero si alguien leyera las mías me quemarían en la primera hoguera de San Juan por haberme sentido amada.

 

Era aquella, la carta en la que respondías

a mis quejas por haber cumplido sesenta y tres años cuando tú apenas habías pasado de los diecinueve. Sí, sí, en aquella donde me decías que estabas loquito por mis huesos, por mis morritos y por mis tetas de mandarina.

 

Por suerte en ninguna de tus cartas pones

la ubicación de Lucerna ni que ahí estás en un seminario a punto de obtener la categoría de subdiácono. Nunca hubo en mi vida un amante que se hubiera atrevido a llegar al lugar extremo desde donde tú me acaricias: de dentro afuera, amor, siento las olas y me convierto en arenal, arena y peñascal.

 

Mientras la releía se me aflojaron,

como ya sabes que me ocurre de vez en cuando, las mejillas y la saliva empezó a fluir involuntariamente, pero esta vez el ataque fue mucho más débil y no llegué ni siquiera a temer otro desmayo. La causa fue volverme a meter en el espíritu de ese maravilloso poema que me enviaste "La Noche era puro azur".

 

Me tomé los gránulos de Aconitum,

ya sabes, esos amigos que siempre llevo en el bolso sacados a partir de la tintura madre de las azules flores de Los Alpes con vocación de resistir a los secos vientos que atacan a mujeres como yo y paralizan nuestros rostros para robarnos la sonrisa nuestra mejor arma.

 

Estos días he estado removiendo libros en la Biblioteca;

ya sabes, junto a la Calle del Carmen. He rebuscado en los diccionarios médicos y en la Enciclopedia Francesa cosas que echaran luz sobre nuestro amor y sólo he hallado tinieblas: a lo mío lo denominan una aberración sexual consistente en seducir al hombre no iniciado en el amor; y, a lo tuyo lo describen como una enfermedad: la gerontofilia.

 

El amor hacia las personas de edad avanzada

-se afirma en esas fuentes- llega a ser escandaloso si es de tipo erótico y quien lo experimenta es aún adulto joven o, más todavía, un adolescente. Bendita aberración sexual la mía que me permitió conocerte y bendita tu enfermedad que me asegura que me deseas y hace que me sienta amada de veras.

 

Leocadia no está enamorada de ti,

pero te recuerda y me lo cuenta todo (¡todo! Sí. ¡Todo!) como una loca aventura sin transcendencia y ya sabes que no soy celosa, que comprendo muy bien que el celibato de un sacerdote está destinado a dejar libertad a todos los que renunciáis a "casi todo" para ayudar a los desposeídos de la tierra.

 

Mi sobrina Olga está hecha una señorita

y ha comenzado el bachillerato de letras porque, como tú muy bien sabes, es una anegada total para las matemáticas. Se ha hecho muy amiga del hermano de aquella chica a la que también le diste clases. Ella lo niega pero todo apunta a que está enamorada y dudo de que acabe el bachillerato sin haberse casado, pues el chico ha cumplido los veinte años, se gana bien la vida de mecánico. Sólo le queda cumplir el servicio militar, que tengo entendido que por tu condición de subdiácono estarás exento de esa obligación cuando te llegue ese momento en que llaman a filas a todos los chicos.

 

En la foto que me has enviado

estás con la cabeza un poco baja –símbolo de la humildad- y no se te ve muy bien, pero es suficiente para impregnarme del aire y el color que tu respiras. Y enfundado en ese vestido –la sotana- con una bragueta de metro y medio ¿quién sospecha la liturgia que guardas debajo de él?

 

Sabes que mi libido es muy débil

y que sólo se dispara bebiendo vino -de lo que me abstengo bastante durante la semana- o leyendo tus cartas llenas de erotismo y poesía. Me gusta que hagas referencia a mis atributos femeninos, pero sobre todo lo que me vuelve loca son tus poemas.

 

He leído decenas de veces

y ya me lo sé de memoria el último poema que me has enviado "La noche era puro azur". En él veo que derramas tu alma; y, saber que lo has escrito para mí, me llena de orgullo. Valió la pena esperar tantos años para sentirme amada como nunca lo fui.

 

En otro orden de cosas te cuento:

he ido a una ginecóloga loca que dice que tengo sequedad vaginal. Claro que no se me hubiera ocurrido leer una de tus cartas durante la exploración. Sólo de saber que tengo una carta tuya ya me convierto en fuente. También me llena de satisfacción saber que has acabado el segundo curso de medicina. Cuando vengas este verano espero que seas tú quien me explore hasta el alma.

 

Ayer, siguiendo tus recomendaciones,

fui al Carmelo a repartir leche en polvo de esa que origina estreñimiento en las criaturas y queso enlatado con ese sospechoso color anaranjado y quiero creer que eso sirve para evitar la desnutrición de no pocos niños. Mientras lo hacía, he experimentado ese raro placer de haber hecho algo útil para los demás, aunque creo, como tú, que tienes razón al decir que las obras sociales son una expresión de nuestro propio ego sublimado y he sentido cómo cada beso que repartía a aquellos niños era un beso para ti mi amor.

 

También he ido a los Baños de San Sebastián

y he recorrido milímetro a milímetro los lugares que pisamos tu y yo cogidos del brazo. Todo parece estar en su sitio, pero de El Tarzán no queda ni rastro y nadie en el bar lo recuerda y el olor de la pintura de la madera ya no es el mismo. Necesito que vengas a impregnar todo el lugar de ese espíritu y de ese sexo que me hicieron descubrir un mundo tan maravilloso: pensando en ti todo se vuelve alegre. Ansío tus besos y tu saliva sobre mi cuerpo como nunca. Sí ya sé: sólo faltan tres semanas, pero tres semanas después de esperar siete meses se hacen larguísimas.

 

Te quiero, te quiero y te envío mil besos

en este sobre que lo sello con mi propia lengua para que te lleguen todos.

 

                                   Barcelona a 18 de mayo de 1.96…

 

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