La pureza del número
Todos miran o han mirado el cielo;
buscando respuesta a la existencia en la magia de la noche. Desde la antigüedad, gente sencilla, sabios, sacerdotes han observado cómo hay un beso tras cada gota de agua llovida.
También llueven ideas
caídas desde las estrellas, conceptos abstractos que viajan encaramados en las monturas de finos haces de luz, nocturnos casi siempre.
Doce es el número mágico.
Llovido del cielo invadió todos nuestros campos de trigo, las copas de los árboles, nuestros rudimentos matemáticos y el mágico transcurrir del tiempo.
Arriba están la Casas del Cielo.
Los doce signos del zodíaco la Casa de lo Oculto, la doce, Escorpión la Casa de la Muerte.
Millones de peregrinos terrícolas
inspeccionan el cielo.
Los astros hilan en secreto
sin lanzadera
en la oscuridad que se extiende
como el mar hacia el horizonte. Saturno gira lejos bañado por sus propios anillos y aún inamovible, el que arrastra hacia atrás su carro, El Cangrejo.
Signos en el espacio interestelar
que hay que interpretar, que marcan el origen olvidado o el retorno a lo ignoto.
Espacio sin senderos,
sin distancias euclidianas por donde camina, cada vez más puro el número.
Muchos, sosegados de años
en la paz del abrazo, y en un tardío encuentro casi de despedida, a la vez, culpables e inocentes de lo que hemos sido
volvemos a confesar al oído
que en la escuela nos disgustaban los bailes de cifras. No los entendíamos.
Johann R. Bach
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