DESPIDIÉNDOSE DEL CIELO
Condenado por su soberbia
Lucifer se dispone a cumplir su sentencia y se asienta en sus nuevos dominios.
A la vista de la negra tierra
mezclada con ardiente lava y vapores sulfurosos su rebeldía le impide el arrepentimiento y en su lugar planea venganza eterna.
¿Es ésta la región, el suelo, el clima
–dijo el caído ángel- el lugar que permutar debemos por el Cielo; esta oscuridad triste por aquella Celeste luz?
¡Adiós, felices campos,
donde mora para siempre la dicha! Yo os saludo horrores. Yo te saludo mundo infernal, y tú, profundo Averno, recibe a tu nuevo señor,
aquél cuyo designio
nunca puede alterarse con el lugar y el tiempo.
La mente es su propio lugar
y puede hacer en ella un Cielo del Infierno y del Infierno un Cielo.
¿Qué importa,
si sigo siendo el mismo, lo que sea y donde esté, solamente inferior a aquél a quién el rayo hizo más grande?
Aquí al menos, tendremos libertad;
pues el Altísimo, que por envidia no ha creado aquí, no nos arrojará; podremos, luego, aquí reinar seguros;
y en mi opinión reinar vale la pena,
aunque sea en el Infierno: mejor es reinar aquí que servir en el Cielo.
Esto es sin duda lo que debió decir
Lucifer ya transformado en Satán a Belcebú señor de las moscas y príncipe de los demonios.
Debió ser así
que el Diablo Supremo hacia la orilla del rio Leteo se encaminó; su poderoso escudo llevaba tras de sí, macizo, grande, redondo y de celeste temple.
Su amplia circunferencia
colgaba de sus hombros cual luna, cuyo orbe con sus ópticos cristales el artífice toscano de noche observa para descubrir tierras nuevas y montes en su manchado globo.
Quería, probablemente, su pasado olvidar…
Johann R. Bach
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