22 jul 2013

¡Oh noches sin estrellas!

           Nadie le quería.   

 

                                                                 Sorolla: La Venus del Parque

 

Nadie le quería.

Le abrasaba la cabeza la mentira y la lascivia en el corto espacio crepuscular de un junio lluvioso e ignoraba el alma gemela de su prima.

 

En una de aquellas noches

en que su destino iba a dar un vuelco irreversible, el azulado rumor de una ropa de mujer le inmovilizó como una estatua: en la puerta de su habitación se alzaba la figura nocturna de la madre.

 

En su cabezal se erguía la sombra del mal:

un camisón de noche de la máxima autoridad femenina de la familia dejaba ir su aroma.

 

¡Oh noches sin estrellas!

 

Al día siguiente por la tarde,

antes de que la lluvia llenara el camino de barro, había subido, con mucho esfuerzo, a la cima de la montaña acompañado de su mutilada prima.

 

A pesar de haber llegado ya

a su tercer múltiplo de siete1 –Agnés ya había alcanzado el quinto2- sus estrechos pulmones tenían protestaban a cada recodo del camino.

 

En la gélida cima

surgían los rosados resplandores de la puesta de un sol que se asomaba por debajo de los amenazantes nubarrones y su corazón ya se estaba rindiendo al son de Kronos.

 

De repente el cielo se oscureció,

el viento se agitó como arremolinándose sobre ellos y del tenebroso cielo comenzó a caer el granizo como enormes esferas de hielo del tamaño de un huevo de paloma.

 

Como cantos rodados caídos con fuerza

aquellas bolas heladas lastimaban las maltrechas manos con las que se cubrían las cabezas. A pesar de la fatiga llegaron a la carrera hasta la cabaña-refugio de los cuidadores de caballos de la zona.

 

En aquel pequeño hueco unos troncos cubiertos de paja y dispuestos como un lecho donde descansar se tumbaron jadeantes, con las ropas empapadas, Casimiro y su prima.

 

Agnés no hablaba desde hacía siete años

a causa del accidente en el que un tractor le segó un brazo y le rompió las piernas en tres secciones. Se recuperó de las fracturas óseas, pero al parecer sus heridas psíquicas no quisieron cicatrizar.

 

Casimiro no pudo contenerse,

el olor del sudor de Agnés le excitaba hasta el límite de cogerle por el pelo –creyendo que iba a oponer resistencia- y le besó con verdadera pasión los labios.

 

De sus entrañas salía el semen a borbotones.

Sorprendentemente para él, Agnés aflojó sus músculos faciales como queriendo recibir más apretujones de la boca de su primo y con su único brazo sujetó suavemente la nuca de aquel busto de mal aspecto.

 

Ël se echó hacia atrás;

palpando por debajo de la falda un espeso vello pubial que llegaba hasta el ombligo. En el preciso momento en que le iba a morder la barriga una palabra nítida le heló el sudor de golpe: ¡Amor!

 

Se separó de ella

como si hubiera visto al mismísimo Lucifer; sus ojos se agrandaron hasta lo indecible, un escalofrío recorría su piel de gallina. Afuera el campo se había llenado de hielo seco y brillaba como si un millón de luciérnagas hubieran acudido al acontecimiento.

 

Con el arrepentimiento reflejado en su cara,

se arrodilló ante su prima y con lágrimas en los ojos le pidió perdón para sus pecados. Había visto en ella la lastimera figura de un ángel que se engrandecía dentro de la oscuridad de un alma mutilada -no sólo físicamente-, como la de la deidad caída.

 

Notó cómo aquella única mano

apretaba su busto contra su vientre mientras de su boca salía el milagro de la palabra: ¡amor! ¡amor mío! Te esperaba… Te esperaba.

 

Poco después cogió una piedra

y la lanzó con fuerza al aire con grandes aullidos y entre suspiros como si quisiera ahuyentar a todos los demonios; como si quisiera que se desvanecieran detrás de las sombras de los árboles.

 

Volvió a entrar en el refugio.

En la cara de Agnés brillaba la dulzura y de sus labios volvió a salir la palabra mágica: ¡amor! ¡Ven amor!

                                                                                            Elisa R. Bach

                                                                                 Blog: Homeo-Psycho  

 

(1)     Tercer múltiplo de siete: haber cumplido los veintiún años

(2)     Quinto. Se refiere al quinto múltiplo de siete (treinta y cinco años).

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