BUSCAR LA RISA Y LA BELLEZA EN NAVIDAD
La pobreza, verdad abrasadora, no es bella.
Orden que excusa crueldad no es bella sino bien verdad.
Al pasear por las calles en Navidad
veo montones sobre montones contenidos y socavones y profundas transgresiones de alimentos piltrafa que tampoco son una belleza.
Deformación, desviación, dolencia
son a menudo feas y, sin embargo, es preciso, de vez en cuando, tomar alguna distancia,
ir al Cap de Creus
a ver cómo el sol se levanta con toda su gloria entre nubes que nunca logran borrar el horizonte y mientras del astro rey los rayos luchan por no desvanecerse comienza la historia del día.
Olivos y viñas reclaman sus sombras
para acompañar al paisaje
que ha de ver la escena
de un viejo poeta que lleva a cuestas a una oveja para que no se canse con la caminata. A fin de cuenta son amigos ¿no?
Por la noche son las sombras blancas
las que reclaman el brillo de la luna reflejo de su luz sobre el mar como si sospecharan una nueva creación.
Es en un lugar cómo ése,
lleno de árboles cobijando cientos de gorriones que se me ocurre desternillarme de risa al recordar
a aquel pequeño hombre
que fue a pedir trabajo a una serrería del Canadá. En una nave atiborrada de troncos le preguntaron si sabía cortar árboles. El hombrecito dijo sin ruborizarse que se consideraba uno de los mejores leñadores del mundo.
Todos se echaron a reír.
Le dieron un hacha casi de su misma estatura diciéndole –entre carcajada y carcajada- que probase tal aseveración.
El hombrecillo sacó una navaja barbera
y en un abrir y cerrar de ojos, con certeros cortes, derribó un enorme árbol.
Asombrados los capataces le preguntaron
sobre su país de procedencia. El sonriente hombrecillo respondió que había vivido toda su vida en el Sahara Occidental.
Pero allí no hay árboles
-le dijeron dudando de su palabra- a lo que el pequeño leñador contestó escuetamente: "No, ya no hay".
Todos deberíamos hacer un esfuerzo
por comprender las palabras de la Tierra los racimos en la parra, las pequeñas brasas en el cielo y los peces bailando en el mar.
Junto al mar hay belleza al aire libre
o en los contenedores de la ciudad. Es en nuestro mirar donde crece la belleza.
Las expresiones ¡ah! ¡oh! son añicos de olas:
El mar habla lejos de su médula, lejos de su centro colima el fragor largo tiempo contenido:
De toda lengua de altamar,
de las claudicantes resistencias del viento y el agua, el rocío, el oleaje, las crestas, los gemidos, lo que hace el mar es un sueño,
un problema interior,
una honda, oscura angustia íntima brevemente revelada, por atisbos, a los buenos observadores de la costa que gozan de la aurora y del levantamiento de la luna.
Johann R. Bach
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