SOL Y LUNA DE AGOSTO
He vuelto al 13 del Boulevard Raspail;
y aunque la luna, la blanca luna, derramó todo el esplendor de su apogeo, es fría su sonrisa,
y su brillo,
en este tiempo de lobreguez, parece (tan semejante que retienes el aliento)
un retrato tras la muerte
de los bachilleratos humanistas.
Y la niñez vuelve a mi mente
como el sol estival cuya mengua es la más sombría, pues cuanto vivimos para conocer ya se conoce y
cuanto tratamos de conservar
se nos escapa.
Que la vida, pues,
cual flor de un día, se agoste con la hermosura del mediodía, que lo es todo.
Legué a mi hogar -en el famoso Boulevard-,
que ya no era mi hogar, pues ya no estaban los valencianos quienes hacía
que lo fuese.
Crucé la enmohecida puerta
de la escalera de servicio y, aunque era mi pisada queda y leve del mármol de umbral salió una voz,
la voz de alguien
a quien en otro tiempo conocí.
¡Oh, infierno,
te desafío a que muestres en los lechos de fuego de allá abajo, corazón más humilde, aflicción más profunda.
Creo que la muerte que viene en mi busca
desde regiones de bendita lejanía, donde no hay nada que admita engaño, tendrá que esperar…
No pienso cruzar la puerta de hierro
y sus rayos de verdad que tú no puedes ver aunque brillan a través de la eternidad.
No mientras tu amor perfume cada día
mis gastados hombros y el incienso de las cosas más puras que quemas a diario siga cruzando los cielos que nos separan…
Johann R. Bach
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