9 ago 2014

Crucé la enmohecida puerta de la escalera de servicio y, aunque era mi pisada queda y leve del mármol de umbral salió una voz,

SOL Y LUNA DE AGOSTO

 

He vuelto al 13 del Boulevard Raspail;

y aunque la luna, la blanca luna, derramó todo el esplendor de su apogeo, es fría su sonrisa,

 

y su brillo,

en este tiempo de lobreguez, parece (tan semejante que retienes el aliento)

 

un retrato tras la muerte

de los bachilleratos humanistas.

 

Y la niñez  vuelve a mi mente

como el sol estival cuya mengua es la más sombría, pues cuanto vivimos para conocer ya se conoce y

 

cuanto tratamos de conservar

se nos escapa.

 

Que la vida, pues,

cual flor de un día, se agoste con la hermosura del mediodía, que lo es todo.

 

Legué a mi hogar -en el famoso Boulevard-,

que ya no era mi hogar, pues ya no estaban los valencianos quienes hacía

que lo fuese.

 

Crucé la enmohecida puerta

de la escalera de servicio y, aunque era mi pisada queda y leve del mármol de umbral salió una voz,

 

la voz de alguien

a quien en otro tiempo conocí.

 

¡Oh, infierno,

te desafío a que muestres en los lechos de fuego de allá abajo, corazón más humilde, aflicción más profunda.

 

Creo que la muerte que viene en mi busca

desde regiones de bendita lejanía, donde no hay nada que admita engaño, tendrá que esperar…

 

No pienso cruzar la puerta de hierro

y sus rayos de verdad que tú no puedes ver aunque brillan a través de la eternidad.

 

No mientras tu amor perfume cada día

mis gastados hombros y el incienso de las cosas más puras que quemas a diario siga cruzando los cielos que nos separan…

 

                                                 Johann R. Bach

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