NOCHE DE LUNES Y OTRAS NOCHES
Cuando hay amor no hay zarzas con púas
ni tierra áspera o dura sino que huele a lavanda y romero y con la fina lluvia te entrega, una vez más,
su fruto del origen;
sus más antiguas raíces de olivo caen sobre tus recuerdos, pacientemente, a oscuras, los transforma en íntimas imágenes de carne y hueso.
Sin embargo el poeta es como es,
y, normalmente, le cuesta escribir poesía en pantalla ni a muchas voces ni con animaciones electrónicas.
Intenta abandonar –aunque sea el último-
el papel y fracasa una y otra vez.
La página no es, como se dice ahora, un soporte:
es el hogar y la columna vertebral de la metáfora y de la figura con o sin forma determinada.
Allí –en su medio natural-
sucede aquel íntimo encuentro que hace de otras palabras su mismo cuerpo y le transforma con lo que dicen sus letras.
Sabe el que escribe la belleza del mundo
que la rosa, en silencio, habla de él y que cada vez que se cree importante mira a las abejas cómo le éstas le miran a él y parece que le dicen:
“qué poco importantes somos,
la única originalidad
que vale en este mundo que ha canonizado lo novedoso es la originalidad que resulta, no la que uno se propone”.
Cada noche de lunes y otras noches
sueña el poeta en acabar con el que piensa por todos. Acabar con ésos que prohíben pensar
y bajo el cielo estrellado
admite su parte de culpa… y escribe…
“Ya somos todo aquello
contra lo que nos opusimos a los veinte años.
“¿Qué opinión tendría de mí,
si a medianoche me encontrase, en casa, derrotado, con mi aspecto actual, como soy, aquel que fui cuando aún era delgado, ágil, generoso, incorruptible…?”
“Sólo queda volver a empujar la piedra
cuesta arriba como otro Sísifo…”
Johann R. Bach
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