13 mar 2014

Mi temor inicial se ha ido apaciguando...

         CONVIVIENDO  CONMIGO  MISMO

 

Empapado por la lluvia

y con ganas de entrar en calor deposité el casco de la moto en el recibidor. Oí como un ruido sordo  y pensé que alguien había entrado en casa.

 

Eran las ocho de la tarde

y los vecinos probablemente comenzaban la liturgia de una cena caliente de esas de invierno y aunque no los envidiaba me recordaban mi soledad.

 

Me cambié de ropa

y me puse a leer, tumbado en el sofá de la sala, una novela sobre ángeles y demonios.

 

Me llegó un murmullo

desde mi pequeño estudio que parecía venir del ascensor. Las dos lámparas que iluminan el atril y el cabezal del diván estaban encendidas.

 

Aquel murmullo era una voz

que tarareaba una melodía familiar. Me quedé escuchándola hasta descubrir que el causante del tarareo era yo mismo: me había quedado allí a pesar de haberme ido a la sala.

 

Muy asustado por el incidente,

regresé a la sala y permanecí escuchando el tarareo hasta que se extinguió.

 

Volví a mi estudio:

las dos lámparas estaban apagadas y no había nadie en él. Los oídos tapados por la mucosidad de las secuelas de una gripe recién curada me daban la sensación de estar flotando en el aire.

 

Encendí el ordenador,

escribí todas aquellas sensaciones y me aseguré de guardarlas en una carpeta abierta exclusivamente para recoger todas aquellas cosas extrañas.

 

Unos días después,

otra tarde en la que también me puse a leer en la sala, se repitió el fenómeno: esta vez alguien estaba en mi estudio con las dos lámparas encendidas y escribiendo en el ordenador,

 

cuando empecé a escuchar en la sala

la televisión de los vecinos. Desde el pasillo vislumbré mi propia silueta sentada en el sofá con una novela en mis manos.

 

Ahora cuando siento

cómo la soledad muerde mis hombros, soy consciente de estar en la sala o en el estudio, pero

 

sé que al mismo tiempo

me encuentro en el otro lugar.

 

Mi temor inicial se ha ido apaciguando,

pero permanezco sin moverme hasta que mi ruido en el otro espacio se extingue y la luz se apaga,

 

horrorizado de que algún día

podamos encontrarnos mi otro yo y yo cara a cara.
 
                                                                         Johann R. Bach

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