20 mar 2014

Fue una tragedia, pero sobrevivieron creando una nueva especie...

EL PEZ GRANDE YA NO PODÍA COMERSE AL CHICO

 

Cuando el pez grande

ya no podía comerse al chico

se produjo la gran tragedia.

 

Todo empezó con un gran banquete

en honor a los novios recién casados:

 

enormes platos cargados de carne asada

precedieron a las recargadas parrilladas de pescado adornadas con gambas sentadas en el borde de las fuentes como si estuvieran observando a los comensales.

 

Con la carne es protocolario el vino tinto,

con el pescado, vino blanco de aguja (con gas producto de la fermentación de los azúcares destinados a comerse el color natural del vino). El blanco entraba mejor por estar frío, por su menor grado alcohólico y por la sed del banquete salado.

 

Miraste, alzando los ojos,

al resto de los invitados y viste en sus rostros el comienzo de las náuseas.

 

Toda clase de remedios

para la acidez de estómago afloraron a las mesas: agua mineral con gas, bicarbonato sódico, medicinas especiales para el estómago y hasta el auténtico sorbete “Trou Normand” a base de Calvados helado hizo su aparición en abundancia.

 

La piel de aquellos comensales –pensaste-

ya era tan gruesa que no podría seccionarse ni con un bisturí, la sangre caliente y roja subida a sus rostros no podía salir adecuadamente con alguna hemorragia nasal de aquellas propias de la juventud.

 

Aquella sangre transitaba a toda velocidad,

hirviendo por todos aquellos cuerpos, impulsada por sístoles enfurecidas, ascendiendo luego por las venas con más ardor que los gusanos de seda cuando trepan el muro lenta y pesadamente.

 

Cada uno de aquellos llamados al banquete

se servía de aquel ardor para cautivar, perseguir algo, juntarse entre ellos,

 

besarse o abrazarse mutuamente;

cada uno de aquellos rostros con ojos chispeantes por el efecto del alcohol se servía de su ardor para conquistar la gran alegría de vivir, la alegría que los embriagaba.

 

Cada uno de aquellos aspirantes a la obesidad mórbida

penetraba, al llenar su estómago, en la gran alegría de la vida, en la gran alegría del que toma el cielo por asalto.

 

Algunos algo más moderados

salieron a pasear después de tomar un café negro, es decir, sin azúcar y como el cachalote que asoma su cabeza a la superficie llena de estrellas en la fría noche, aspirando el aire, comprendieron que algo había llegado a su fin:

 

El pez grande ya no podía comerse al chico

porque se le indigestaba.

 

Comenzaron a envidiar a los gusanos

que trepaban por los árboles alimentándose de hojas frescas del moral y premonitoriamente vieron con horror cómo las hormigas levantaban las cabezas de pescado, se engalanaban y dejaban caer las manos en el vacío.

 

Al día siguiente,

muchos de aquellos comensales, después de haber vomitado durante la noche todo el pescado revuelto en un líquido con olor a agua de mar, se reunieron y tomaron la única decisión posible:

 

Abandonar el mar su hogar,

colonizar la tierra, sembrarla de algas adaptadas al agua dulce, es decir, menos salada,

 

cambiar su dieta diaria a base de pescado,

por una más variada de verduras, legumbres, apetitosas raíces y carne tierna de aves.

 

Fue una tragedia –según nos cuentas-

pero sobrevivieron creando una nueva especie cuyas características fueron la de una baja necesidad de oxígeno y de nutrientes junto con una ansiedad sin límites de amor.

 

Todo ocurrió

cuando el pez grande ya no podía comerse al chico: la gran tragedia

 

                                                         Johann R. Bach

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