EL ACOSO DEL TIEMPO
El tiempo tiene hambre de ti
-lo sabes bien- quiere consumirte y vaciarte de todo cuanto puedas tener de valioso:
envidia tu cuerpo,
la materia donde tiene asiento el recuerdo que te permite ir y venir por las calles de los años con secreta libertad.
Eso te obliga
a vivir con disimulo, perdida entre la multitud, a un palmo de ella, evitando que el tiempo te advierta, para que pase de largo y sin embargo se deje ver ante ti:
sus testigos,
sus observadores, sus escribas. Aunque nadie te haya confirmado en tu puesto, y precisamente porque nadie lo ha hecho.
En la multitud
del mercado todos se enzarzan en una batalla de futuros subjuntivos -por si hubiere lugar…- mientras que en tu mundo surge una necesidad, al modo oriental, de hallar consuelo en los detalles más nimios;
acaso sean ellos
los únicos que permanecen incontaminados, sin expandirse, a lo largo del tiempo. Observas que alguien se aferra a lo inútil y encuentra consuelo.
Pero también:
la utilidad es adictiva; muchas cosas están a tu alcance y sin embargo pudieran ahogarte de asirte a ellas. Sigue nadando entre los restos del naufragio pues tu tabla de náufrago aún está por llegar.
Los que ahora buscan
Johann R. Bach
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