UN PAISAJE PARA CADA SOLEDAD
Sabes que, a veces, el tierno amor
escoge sus lugares y cada pasión tiene un rincón, un modo diferente de abrazarse ante una pantalla de TV, o de apagar las luces.
Sabes que hay espacios declarados
de interés especial bastante más tarde de ser recorrido por tus pasos como gozoso paseo.
Sabes que hay el recuerdo de un beso
en cada portal y ascensores que hubieran deseado quedarse quietos, sin electricidad, observando la escena, miles de escaleras llenas de pequeños paréntesis en cada rellano.
Cada ilusión tiene formas distintas
de incendiar corazones o pronunciar los nombres al coger el teléfono.
Cada alma busca un atajo
para tapar su sombra, desnuda, con las sábanas cuando suena el despertador.
Hay una fecha en cada esquina,
junto a un árbol de cada calle, un rencor deseable, un arrepentimiento, a medias en el cuerpo.
Cada amor tiene números
o letras diferentes para escribir: “volveré a las 23.30 horas” como una invitación a una larga noche bajo la música de una lluvia torrencial.
Como el primer cigarrillo,
los primeros abrazos también escogieron su taberna y se ampararon en decorados públicos como Les Rambles de Barcelona o el Passeig des Born de Palma.
Así cada escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música y el deseo, se viste con sus mejores flores y galas, casi siempre precipitadamente,
con retraso, y no en la oscuridad,
sino en esas horas en que cada tiempo de dudas necesita un paisaje.
Sabes que, a veces, el tierno amor
escoge sus lugares y cada pasión tiene un rincón, un modo diferente de abrazarse ante una pantalla de TV, o de apagar las luces.
Sabes que hay espacios declarados
de interés especial bastante más tarde de ser recorrido por tus pasos como gozoso paseo.
Sabes que hay el recuerdo de un beso
en cada portal y ascensores que hubieran deseado quedarse quietos, sin electricidad, observando la escena, miles de escaleras llenas de pequeños paréntesis en cada rellano.
Cada ilusión tiene formas distintas
de incendiar corazones o pronunciar los nombres al coger el teléfono.
Cada alma busca un atajo
para tapar su sombra, desnuda, con las sábanas cuando suena el despertador.
Hay una fecha en cada esquina,
junto a un árbol de cada calle, un rencor deseable, un arrepentimiento, a medias en el cuerpo.
Cada amor tiene números
o letras diferentes para escribir: “volveré a las 23.30 horas” como una invitación a una larga noche bajo la música de una lluvia torrencial.
Como el primer cigarrillo,
los primeros abrazos también escogieron su taberna y se ampararon en decorados públicos como Les Rambles de Barcelona o el Passeig des Born de Palma.
Así cada escena marginal
donde las fiestas juntan la soledad, la música y el deseo, se viste con sus mejores flores y galas, casi siempre precipitadamente,
con retraso, y no en la oscuridad,
sino en esas horas en que cada tiempo de dudas necesita un paisaje.
Johann R. Bach
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