LA PÉRDIDA DEL HABLA
Leí un fragmento que dejó una enferma
sobre la sábana de su cama de hierro. Después de haberlo escrito enmudeció durante cinco meses.
El Director de la Sala,
a la vista de aquella misiva, evitó su traslado. Colocó en un panel de corcho el texto:
"La luz que llega a mi cerebro es mínima.
Ver es como un relámpago de instantes
contra todos los días de horror"
Hacía pocas semanas
que me había instalado como interno en el departamento de traumatología del hospital K. Bicêtre de Paris y mi experiencia en traumatismos craneales era nula.
Creí entender
que aquella mujer de pelo blanco, de cansada belleza, vio y calló lo poseído y al entrar en la celda de la alucinación no habló más a claridades sino a fugas,
lunas de plomo
con ríos de aceite púrpura y frío
sombras al fin átomo por átomo.
Yo, en mi cristal,
contemplaba la claridad con la esperanza de que tal vez fuera posible mi salvación y pudiera encontrar el camino por donde ascender a la cumbre.
Pensé que todo dependía de mi fiel sumisión
al estruendo y subida de ese instante que, de entrar en coma -una muerte provisional- me ahogara en la locura.
Fue como dudar
de si había comenzado un loca carrera hacia lo inútil o, por el contrario, hacia un mundo nuevo, misterioso, apasionante y placentero a la vez.
Lo cierto que aquella mujer
nos dejó una pista escrita desde dentro de ella misma y que finalmente encontró la salida de su laberinto pues recuperó el habla.
Johann R. Bach
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