9 sept 2013

No me he olvidado de ti

LO QUE RODEÓ A UN MILLÓN DE BESOS

 

¿Cuántas veces pudieron

mis palabras sorprenderte? Para mí eras un misterio. Callada como una niña metida en el cuerpo de una mujer: alta, morena, con unos ojos claros y limpios haciendo juego con un pronunciado hoyuelo de la hermosura en tu barbilla.

 

Apenas si te oí hablar.

Sin embargo, en tus cartas se veía el esfuerzo de una flor de los vientos por adaptarse a un mundo duro de robles. ¿Te acuerdas? No sé a quién se le ocurrió el sistema de contestarnos por escrito.

 

Tus cartas,

escritas con una caligrafía inconfundible: con una letra minúscula ponías patas abajo cualquier cosa que yo dijera porque creías que tu lugar era el de lo establecido.

 

A mí no me importaba

que no estuvieras de acuerdo con mis ideas que no eran otras que las de querer ser como los otros y, sin embargo, fracasaba una y otra vez.

 

Lo importante de tus comentarios

eran las referencias que sin darte cuenta se te escapaban sobre Conxita, Neus, Salvador… aunque nunca se te escapó una sola sílaba sobre Josefina.

 

¿Cuántas maravillas desfilaron

sobre tus ojos durante aquellas reuniones, paseos, ensayos de lo que esperabas de la vida? Yo no tuve nunca una respuesta, aunque tampoco la esperaba. Y, no obstante, ahí estaban tus escritos, puntuales, cumpliendo con lo pactado.

 

De pronto estaban ahí tus notas

en pequeñas hojas cuadriculadas de un bloc arrancadas de su espiral. Era como si ni tú misma las percibieras, luego, sin que apenas los demás lo notaran tus ojos brillaban tímidos:

 

el sabor del azúcar del chocolate

en el bar de la Neus, tu rostro adolescente y serio y ciertas cosas que no debían agradarte de mí como que me obstinara en llevar la contraria o que viviera dominado por la impaciencia,

 

los instantes desequilibrados

en los que la vida parecía volcarse hacia mí inevitablemente y en los que se producían los sonidos diferenciados (los tuyos, los míos, los de todos).

 

Si la imaginación hubiese sido poderosa entonces,

tal vez ya allí, en aquellos años, habrías podido vislumbrar el destello súbito del comienzo de unas vidas bifurcadas, y que ahora, cincuenta años más tarde, una misteriosa fuerza nos empuja a reunirnos otra vez.

 

Sabes bien

 

que no has decepcionado del todo

a aquella joven que fuiste: muchos de sus sueños, inquietudes, aspiraciones se convirtieron en hojas de papel para ser olvidadas entre las páginas de un libro, pero

 

del impulso inicial aún te quedan fuerzas.

 

De no ser así,

no hubieras sobrevivido: el aroma que vas dejando a tu paso es aún fresco como el del agua de mar que baña La Antártida. Tus correos están redactados con la misma ingenuidad de aquellos tiempos, cercanos y naturales como si nos hubiéramos conocido el año pasado.

 

No me he olvidado de ti,

ni de los amigos de aquel proyecto de Els Roures… y dime ¿Cómo se puede olvidar todo aquello que rodeó a un millón de besos?

 

                                                                               Johann R. Bach

 

PD. Te envio una foto mía reciente para que me reconozcáis el día del encuentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario