FIBONACCI
Y
LAS MARGARITAS
Azucenas, ranúnculos, caléndulas
bellis perennis, girasoles y árnicas todas hijas o hermanas de las compuestas margaritas, van de la mano como una sucesión de Fibonacci.
Ya no dan la impresión de originales
porque son numerosas. Y llaman la atención con ese bulto de estambres aceitosos graduado y amarillo. Los pétalos lo enfocan: ahora las pestañas se hacen anchas.
¿Por qué no las podemos
llevar a un funeral? Y en la noche, como niños, sin ansiedad encierran sus conciencias con los pétalos blancos.
Alegres, individuales
como la sufrida Arnica que resiste en pie vendavales, lluvias y nieves; su maltrecho pelo muestra su soledad.
Su hermano mayor el infatigable girasol amarillo cubre la hierba con versiones de un ojo. La fuerza de su mirada plena, sencilla, sólida, contenta. Giratoria y doméstica como el vino.
Algunas margaritas
son como multitudes que esperan una palabra cada una, cada una una mirada… una caricia sobre la piel quemada;
ésas son las alegres y ardientes caléndulas que sólo se ponen tristes cuando una nube oscura le priva de los hilos de oro del dios Sol.
Si eso ocurre se encierra en sí misma;
una gota de cristalino jugo como una lágrima evita las cenizas de su cabellera y no se marchita.
Cuando se van,
te arrancan las margaritas una expresión de exaltada simpatía. Ricas hasta el último intervalo con sus tubos diminutos de polen, de aceite.
Para el ojo,
-las margaritas de los campos- son simplemente para el ojo, y sin olor alguno. Para el espíritu es, su órgano invisible. Cada orgullo necesita su Bellis perennis… esa sensible cosa.
Leo P. Hermes
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