SEGUNDA ESTANCIA EN PARIS
Bajo el tierno y verde estandarte de la esperanza,
Marta Guillamon volvió a poner los pies en un París que enarbola permanentemente esa Torre de Hierro en el campo de Marte y,
Sin embargo, rendido a los pies
de la leyenda de una torre de marfil humano, algo menos conocida hoy y, por tanto menos discutida, la figura de Liane de Pougy.
Marta estaba fascinada
ante una persona que, contrariamente a la masculinidad de la Torre Eiffel, hizo frente a una competencia doble –no siempre desleal-, a veces con íntimas complicidades y treguas rubricadas bajo sábanas de seda.
Para Marta, la superioridad de Liane,
“ángel arrancado de un cuadro de Fra Angelico”, sobre sus rivales femeninas no admitía ninguna duda.
Durante semanas se dedicó
a rebuscar en las librerías de libros de segunda mano, un indicio o señal misteriosa que hubiera escapado a la sagaz investigación de los biógrafos de Liane que pudiera explicar
cómo pudo superar las fases de matrimonio,
de cortesana y, alcanzando el título de princesa, llegar a santa.
La respuesta la halló entre las hojas
de un ejemplar de Jean Chalón. En una simple hoja cuadriculada firmada por la mismísima Liane le pareció una fórmula totalmente válida para aquella esperanzadora década de los años sesentas:
“Esto que va y viene,
esto que se mueve continuamente, que llevamos o traemos de un lado a otro: huesecillos, ganglios, médulas, la voz y el dulce tacto, el cristalino y el pubis;
esto que cada noche guardamos
como diamante frágil, no es más que sangre, aliento, piel. La milésima parte de nada.
Aún así el amor algo es”.
Johann R. Bach
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