24 ago 2011

Elisa nos envia un poema sobre el Gran Circo del Mundo

Los trapecistas

 

Los viste llegar, saliendo del colegio,

descargaban frenéticamente fardos,

ataban animales a los pinos,

y aireaban sus carros desgastados.

 

Ajenos al mar azul que los observaba

aquellos hombres musculados se movían

con gran agilidad, colocaban puntales

de hierro y atornillaban planchas metálicas

con una endiablada destreza;

 

las mujeres desplegaban toldos verdes

recibiendo, a modo de gritos, órdenes

que ignoraban su delicadeza femenina;

los músculos de sus brazos parecían cuerdas

trenzadas sobre sus finos huesos.

 

En sus ojos no se vislumbraba alegría

y me pareció que detrás de esa actividad

llena de voluntad que flotaba en sus rostros

se ocultaban unas almas errantes

sin objeto y sin destino.

 

Viejos levantadores de pesas y trapecistas

marchitos y arrugados, encogidos

dentro de una piel que parecía
haber contenido antaño, a otras personas

y ahora ya sólo tocaban el tambor

anunciando las maravillas del Gran Circo,

 

manipulaban cestos de mimbre

cargados de ropa mojada

y acercaban a los animales algo de forraje,

y, en un rincón un payaso tocaba

un viejo acordeón adelantándose a su función.

 

Tú, con la caída de la tarde,

como sólo la conocen las frutas,

te desprendías de tus lágrimas

con un sentimiento de piedad infinita

y nunca más, desde entonces,

volviste a pisar un circo.

 

                           Elisa R. Bach

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