25 ago 2011

Elisa nos envia un poema: EL REGRESO

El regreso

 

Tuve muchos amigos

que paulatinamente los dejé ir

y me asombró verlos tan confiados,

tan pronto como en el olvido,

tan justos, tan distintos a su fama.

Pero sólo tú, tú regresas; me rozas,

me rodeas y quieres darme algo

que quieres que guarde:

¿una cajita de plata tal vez

en la que otra diosa del amor,

Gudrun, depositó un único beso?

 

No me quites lo que aprendo lentamente.

Aunque sólo sea esta vez, yo tengo razón;

y tú te equivocas si, enternecida,

sientes nostalgia por alguna cosa.

No estás aquí

pues vivimos en mundos distintos,

pero aún más lejos te creí.

Y me desconcierta que seas justamente tú

quien yerra y viene

como una luna…  llena de Arenys de Mar;

tú que me has transformado

más que cualquier otra mujer.

 

Creí que mi ausencia no te importaba,

y el que tu poderosa voluntad

nos interrumpiera oscuramente,
desgarrando hasta el más vacío de los espacios

no te quitaba el sueño:

sólo yo debería estar aterrado:

ese es nuestro asunto, y ordenarlo será

la labor que debemos hacer con todo.

Pero que tú misma te aterraras aún ahora

allí donde no tiene validez terror alguno1;

que de tus vastos territorios berlineses

pierdas algunos días, que vengas

 

a esta humilde Barcelona

nacida entre granados

donde todo son sueños. Que tú, dispersa,

dispersa y escindida por primera vez,

no hayas acogido el surgimiento

de otros mundos, infinitesimales quizá,

como los mediterráneos

te sientas arrastrada

por la silenciosa gravitación

de una inquietud cualquiera

me despierta a menudo por las noches

como el asalto de un loco noruego

disfrazado de policía.

 

Me gustaría creer que vienes

por generosidad y exuberancia,

porque estás tan segura de ti misma

como como el olivo de la vida;

pero no: tú suplicas.

Y eso me penetra hasta los huesos

atravesándome como el ruido de una sierra.

Si tú cual un fantasma,

me hicieras llegar algún reproche

que me atormentara

cuando de noche me recojo

 

a mis pulmones, a las entrañas,

o a la más débil aurícula de mi corazón,

tal reproche no sería tan cruel

como este ruego. ¿Tú qué pides?

Dime, ¿Debo viajar? ¿Has olvidado algo

como mis libros o mis medicinas

que sufren y me reclaman?

Sabes que me gustaba

el uso que hacías de las frutas plenas.

Las ponías frente a ti

y equilibrabas su peso con colores

y así como a las frutas

veías también a los niños.

 

Finalmente te viste a ti misma como fruta,

te arrancaste de tus vestidos, te pusiste

ante el espejo y te dejaste hundir en él,

hasta la mirada; ésta quedó asombrada;

pero no dijo: esto soy yo, sino: esto es.

Así deseo conservarte, así como tú te colocaste

en el sillón, con mi aliento

profundamente dentro de tu ambarino cuenco

y más allá de todo.

Pero, ¿por qué vienes ahora tan distinta?

¿De qué deseas retractarte?

 

Si vienes, hazlo a la luz de una vela.

No temo mirar a los ángeles ni a las diosas

en mitad de noches consteladas.

cuando vienen, ellas también tienen derecho,

como las otras cosas,

a permanecer en nuestros ojos.

                                                               Elisa R. bach

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