28 may 2016

Era la hora de los búhos, cuando todas las criaturas privadas de palabras querían hablar.


ÚLTIMA CARTA A TERESA

Nunca pensé
que aquella iba a ser mi última carta a Teresa…

El invierno comenzaba a desgarrar el aire
y cuando salía de casa, sentía el viento frío del mar sin llegar a ser tramontana ni mistral.

Grandes flotas de nubes,
oscuras como la noche, surcaban el cielo. El viento agitaba los olivos y los almendros sorprendidos aún con su dulce carga.

Era la hora de los búhos,
cuando todas las criaturas privadas de palabras querían hablar.

Durante los últimos años
estuve enfrascado en la ficción que ella era, pues ¿qué otra cosa podía ser aquella Diosa del Amor, sino un sueño, un espejismo?

En mi imaginación la doté de bellos atributos
para poder reconocerla simplemente, por el perfume de sus cabellos.

Quise crearla a imagen y semejanza de la Diosa Isis.
Ambos participamos del juego, nos hacíamos ofrendas y nos dirigíamos súplicas como si fuéramos dioses nacidos de la promiscuidad entre los hombres.

Incluso llegamos a preguntarnos
si no éramos nosotros una ficción para los dioses, si no éramos su sombra y reflejo en nuestro eterno juego de citas y besos, de llegadas y despedidas, al igual que ellos que no cambiaban nunca.

Sin embargo, conocíamos nuestro sitio.
Reconocíamos que los dioses eran símbolos de una época anterior a la escritura y  a la historia,

cuando las mujeres aún tenían poder
y elegían para su lecho a los jóvenes mejor dotados para ser inseminadores privilegiados y tras un fugaz año de servicio, eran arrojados al mar desde las rocas.

Hallamos, tras nuestros múltiples escarceos amorosos,
miles de respuestas sobre las cosas más simples y otras más complejas, sobre lo visible y lo invisible.

El invierno comenzaba a desgarrar el aire
y te escribí una carta de amor, Teresa, Dama de mis Sueños, que no pude imaginar que sería la última.
                                                                          Johann R. Bach

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