1 mar 2016

observé, a través del retrovisor, cómo los párpados de Emilia se abrían de forma notable.


LA SENSIBLE PALMA DE LA MANO

Cuando oí a Emilia hablar por teléfono,
diciéndole a Pablito que preparase el equipaje para el viaje a París creí que no me daría tiempo a parir. Yo no quería perderme el viaje y la oportunidad de narrar escenas diferentes de las cotidianas.

Afortunadamente dos días antes de la partida,
pude dejar colgado el huevo matriz de algunas decenas de huevos adheridos de forma que cuando eclosionasen las juguetonas arañitas podrían sin ningún problema alimentarse. Durante toda una noche estuve trasladando restos de una olorosa tortilla francesa al oscuro fondo de la alacena donde construí una de mis mejores telarañas de colores.

La siguiente noche me desplacé
descolgándome por la claraboya hasta el garaje y esperé pacientemente junto a la rueda trasera a que Pablito bajase con las maletas. Cuando abrió la portezuela del maletero sentí como aumentaban mis pulsaciones por la alegría del inminente viaje pues yo también soy una de esas criaturas que al viajar mejora su sistema neurológico.

Los hombres, ya se sabe,
no son todos del mismo tipo, y, naturalmente, aunque difícil de clasificar, Pablito debía pertenecer a alguna de esas categorías. Oficialmente, no era más que una especie de ama de llaves que se ocupaba de todas las tareas mal llamadas domésticas mientras que Emilia escribía y escribía, a diario, durante horas y horas miles de sensaciones.

En el barrio se consideraba a Pablito
un auténtico protegido de una "una escritora mayor". En la editorial estaban asombrados con la fértil producción poética de Emilia. La consideraban una verdadera anacoreta urbana pues en los bares de la zona todos sabían que no bebía y no fumaba. Los numerosos cafés eran el único exceso observable durante las mañanas a primera hora.

Sólo yo, una inquieta y observadora araña
estaba en condiciones de narrar toda aquella vida íntima de una famosa escritora. Es por ello que esperaba acontecimientos interesantes de aquel viaje. En efecto, después de un par de horas, después de haber cruzado la frontera sentí cómo la música que había seleccionado Emilia en la radio FIP de fuerte percusión se apoderaba de mi cerebro.

Un fuerte aroma acre
invadía todo el habitáculo y observé, a través del retrovisor, cómo los párpados de Emilia se abrían de forma notable. Desde mi posición no podía ver la cara de Pablito, pero no albergaba ninguna duda de lo que estaba sucediendo: él se había abierto la bragueta y mostraba su enorme verga.

Como buena narradora busqué un rincón
sobre la luz del techo de forma que podía ver efectivamente la escena que se estaba desarrollando ante mí. Creo que eran como las diez de la mañana, pero no podría asegurarlo pues el reloj del salpicadero estaba parado y parecía que era hora de hacer un alto en el camino para tomar un café.

De repente Emilia alargó la mano en dirección a los genitales de Pablito.
Él la tomó delicadamente y situó su palma abierta, sudada, sobre la punta de aquella protuberancia y con leves movimientos circulares excitando más y más a aquella dama como un premio inesperado. Emilia viró el volante, casi con violencia, introdujo el auto en el carril que conducía a "air de repos"; detuvo con una fuerte frenada el vehículo bajo la fronda solitaria y abalanzó sus labios sobre aquel instrumento de placer casi sollozando.

Poco después,
ambos entraron en los lavabos saliendo luego de ellos como recién peinados. Pasearon bajo aquel cielo de color índigo y volvieron con cierta nostalgia a poner en marcha el potente Honda y el viaje se reanudó hasta llegar a una estación de servicio donde tomaron un café y llenaron el depósito de gasolina.

A lo largo de aquel viaje se repitieron tres escenas más,
libidinosas, y que me reservo su narración como primicia para los próximos días, de la misma forma que Emilia se reservaba para ella, en su cuaderno rojo, sus propias impresiones.

                                                                              Johann R. Bach

1 comentario:

  1. Lo que iba a ser una noche bella como cualquiera de las de un simple mortal, se convirtió en un disfrute de dos personas que se dejan llevar por algo que aunque siga siendo tabú en algunas lenguas, es lo más normal entre ellas porque buscan lo mismo la una de la otra, es decir " placer" .Además por lo visto para Emilia forma parte de un maravilloso recuerdo para nunca olvidar entre las páginas de su libro rojo...
    Un buen paseo Doña Araña. =)

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