13 oct 2015

el afán por hacerse rico produce hipertensión, arteriosclerosis y depresión


TIO AURELIO: EL COMERCIO HECHO HOMBRE

El sol, la lluvia y los años han borrado la fotografía que mi memoria había colocado en uno de los marcos de platino de mis recuerdos. Ya no queda en ellos más que la sombra de su cabello, y también el posible dibujo de su sonrisa, como si nos mirara a todos tras un velo de gasa. Al escribir estas líneas poso la mano sobre las letras de su nombre como si ello me ayudara a recordar mejor todas aquellas historias que, para bien o para mal, constituyen parte de mi vida y que, sin ellas, sería imposible comprenderme a mí misma aquejada de una hipoendocrinia casi total precisamente cuando lo que veía a mi alrededor era todo el universo observable por mis ojos como en un pase de diapositivas.

Tío Aurelio tenía una enorme barriga en forma de pera y un gorro de napa que no se quitaba ni a sol ni a sombra, un sempiterno palo de regaliz en la boca y los dientes muy negros. Cincuentón y solterón, no se le conocía ninguna aventura. El dinero que ganaba se lo guardaba; no se lo bebía ni se lo jugaba, y tampoco se lo gastaba en los burdeles del barrio chino. No tenía vicios. Ni lujos. Ni caprichos. Sólo la obsesión de comprar y vender, de amontonar el oro porque sí, por amontonarlo.

Era como ésos que llenan el granero de heno hasta el techo, cuando lo cierto es que no tienen animales. Pero, después de todo, estaba en su derecho. Murió de septicemia, en el cincuenta y uno, en plena huelga de tranvías hecho un Epulón. Es increíble que una heridita de nada pueda complicarte la vida de ese modo, e incluso abreviarla. En su caso fue un corte en el pie izquierdo, apenas un arañazo. Cinco días después estaba tieso como la mojama y completamente cianótico, lívido de pies a cabeza. Parecía un salvaje africano (sin ánimo de ofender a los  africanos) cubierto de pintura, pero sin el pelo crespo ni lanza.

Murió Tío Aurelio sin hijos o esposa que derramaran un lágrima por él, abandonado por la familia y sin amigos. Y no es que la gente lo odiara, no. Ni mucho menos; pero un hombre al que sólo le interesaba el dinero y que jamás miraba a nadie sin la intención de realizar algún negocio no merecía compasión alguna. Había tenido la posibilidad de tener todo lo que le apeteciera y eso no todo el mundo puede decir lo mismo.

Quizá la razón de su vida fue ésa: venir al mundo para coleccionar monedas de curso legal a pesar de que el afán por hacerse rico produce hipertensión, arteriosclerosis y depresión. En el fondo es fruto de la aparición sobre este planeta de un arquetipo que ha de convivir con los otros ocho.

Tío Aurelio, que alquilaba habitaciones, vendía carbón y petróleo, aceite, grasa y carne en salazón a todo el barrio, tuvo sus mejores años después de la guerra. Vendía tan caro como podía cada saco de harina traído desde lugares lejanos. Burlaba la vigilancia de los "burots" más por su tacañería que por su honradez de no pagar su connivencia. Llenarse los bolsillos, trabajar día y noche, era lo habitual en él.

Era el comercio hecho hombre.
Un caso digno de estudio.

                                                                         Johann R. Bach

5 comentarios:

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  3. Interesante a reflexionar para suavizar el mundo en la dignidad de repartir. Buenos días Johann.

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  4. No era humano para los placeres, pero si para la avaricia elevada a su máxima potencia. Estara disfrutando de sus tesoros en el limbo, porque no le borrarían el pecado original.Julio.

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  5. Margarita Inglés de Rauda8:00

    COMO EL TIÓ AURELIO HAY MUCHAS PERSONAS,,, SE OLVIDAN DE AMAR,,, PORQUE LO ÚNICO QUE AMAN ES VER DINERO Y ACUMULARLO HASTA DONDE SEA POSIBLE. ENCANTADA DE LEERTE.
    BESIÑOS.
    NAMASTÉ.

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