30 jun 2015

Creí que iba a volverme loca del placer que me procuraba.


EL CIELO DE PARÍS

Todas las religiones repiten machaconamente
que la energía, llamada el mal, procede únicamente del cuerpo, y que la razón, llamada el bien, procede únicamente del alma, pero mi experiencia vivida –pasados ya los cincuenta años- me indica lo contrario:

la energía
–procedente fundamentalmente del sodio y del diabólico azufre- es la única vida y surge del cuerpo; la razón es el límite o la circunferencia exterior (el aura) de la energía.

Los hechos
propios de mi experiencia individual ocurrieron de la siguiente manera: Pablito silbaba a menudo y daba la impresión de estar contento, pero me equivocaba. Lo hacía muy bien y su repertorio era amplísimo. Pensé que era una lástima que esa facilidad para la música había sido desaprovechada.

De hecho Pablito sufría de algo
-salvando las diferencias- parecido al síndrome de atención deficiente y es por ello que la escuela para él fue una tortura pues nunca pudo aguantar una formación (en ninguna materia) estricta.

Yo había conocido a personas así:
tenían un gran talento, pero al ser incapaces de hacer el esfuerzo suficiente para sistematizarlo acaban por desaprovechar los dones que la naturaleza les ha procurado. Al principio crees que son fantásticos porque son capaces de tocar o cantar piezas difíciles con sólo oírlas un par de veces.

Cuando los ves quedas alucinada
y piensas que tú no lo podrías hacer nunca ni que lo intentaras durante años. Pero la cosa queda ahí y no van más allá. Muchos de esos "genios" son consentidos y no están dispuestos a hacer el menor esfuerzo. Les falta un elemento esencial –la voluntad- en la formación de la personalidad.

No era exactamente el caso de Pablito.
Cuando acababa su sesión de modelo tomábamos un té y charlábamos un rato, pero pronto su inquietud hacía que se moviera y tuviera ganas de salir a la calle, aunque a veces decía cosas que me hacían reflexionar. Su delgadez contrastaba con su voraz apetito.

Yo sentía por él
-al igual que otros vecinos- indignación por el trato que recibía por parte de las autoridades que le negaban cualquier ayuda, tristeza, compasión… Por eso le pagaba bien sus servicios.

Yo sabía bien
lo que era una enfermedad crónica: una pesada mochila doblándote la espalda e imposible de librarte de ella ni siquiera al ir a dormir. Al principio cuesta adaptarse aunque después la carga no parece tan molesta. Pero hay enfermedades y enfermedades. La suya le obligaba a ser humilde, servicial y agradecido de poder defenderse en la vida haciendo recados.

Era como un adulto
que se hubiera empequeñecido en un cuerpo de un adolescente aún por crecer; como si sus cuerdas vocales se hubieran adelgazado mostrando una voz atiplada y su defensa ante la crueldad fuera un llanto y un hipo nervioso como el de una niña delicada.

Cierto día subió a mi estudio
después de una fuerte discusión con Margot una vecina del segundo piso. En la cesta de la compra había algunos productos que Pablito no pudo explicar su procedencia. Margot le riñó y le dijo que no daría más encargos y se negó a pagarle su servicio.

Lloraba desconsoladamente
como si aquello fuese grave. Me puse en su lugar y comprendí que si eso me hubiera pasado a mí de niña también hubiera llorado. Le hice pasar, le preparé un té e intenté consolarlo con las palabras más dulces que pude.

Lo abracé y le acariciaba la espalda
mientras su rostro húmedo me mojaba el cuello, cuando noté un pequeño movimiento de sus dedos en mi espalda. Pensé que correspondía a mis caricias en la suya, pero aquella sensación era algo distinta de una simple caricia. Me estremecí cuando con voz muy queda me dijo al oído "usted me cae muy bien". Sentí cómo se me ponía la piel de gallina y la sensación de hormigueo en la espalda aumentó al decirme que conmigo se encontraba muy bien y que sabía que yo le comprendía.

Su respiración junto a mi oído
me estaba excitando y noté que mis párpados querían cerrarse, mis labios comenzaban a aflojarse y cuando me empezó a besar en el cuello comencé a sentir fuertes latidos en mi vagina y empecé a mojar las bragas como nunca lo había hecho.

Mis brazos se aflojaron y el abrazo era sólo el suyo:

suave su mano en mi espalda y poco a poco me fue tumbando en el sofá como si depositase una muñeca de porcelana. Casi sin darme cuenta me había subido la blusa y me acariciaba la barriga mientras me besaba el labio superior. Mi boca entreabierta pedía ya la suya.

Fue introduciendo sus finos dedos
entre mis pechos buscando sin prisas los pezones. Aún no los había rozado cuando otros finos dedos iban bajando desde mi cintura enredándose suavemente en el vello de mi pubis. En el momento en que su legua me lamía el ombligo me desabotoné la blusa y pasé los sostenes por encima de mi cabeza.

Él retiró un poco su mano
de mi monte de Venus como si quisiera retirarse. Yo le sujeté la mano y se la puse entre mis piernas ligeramente abiertas. Sus delicados dedos se movían lentamente acariciándome el clítoris y sentí por primera vez como un ser humano aquello que conocí bajo una situación de éxtasis religioso.

Aquella sensación de placer
me encendía más y más, me aflojé los vaqueros soltando el cinturón y bajando la cremallera. Con delicadeza me ayudó a desprenderme de los pantalones y de las bragas y se puso de rodillas frente a mí y con su lengua me hizo tocar las estrellas con la mano varias veces.

Yo seguía encendida
cuando le quité sus pantalones y el calzoncillo azul. Ante mi boca tenía aquella enorme protuberancia que como agradecimiento empecé a lamerla. Él introdujo el dedo pulgar en mi vagina y moviéndolo muy despacio en dirección al periné. Volví a echar el grito de la especie con un placer que no cesaba.

La otra mano me sujetaba la cabeza
para facilitar la felación y con su lengua me lamía los pezones como un perrito agradecido, cuando su fino dedo corazón volvió a acariciarme el clítoris. Perdí la cuenta de los orgasmos que tuve. En un momento que parecía que íbamos a descansar se puso entre mis piernas y lentamente empezó a penetrarme.

Estaba completamente mojada
y aquella enorme verga comenzó un vaivén que no me procuró ningún orgasmo más, pero sí la sensación de un dulce placer desconocido en otras penetraciones que había tenido anteriormente. Cuando Pablito notó que la sequedad se imponía se retiró y me abrazó tiernamente. Evidentemente él no sintió más placer que el ver el mío.

Fue entonces cuando comprendí
que, para obtener la protección de las vecinas, Pablito se había convertido un experto en "dar amor y placer" aparte de ser el chico de los recados del barrio. Por eso tantas mujeres le trataban con aquel cariño especial. En mi mente repasé cuáles eran las que lo trataban con dulzura y cuáles no. Las mujeres casadas eran las que habían descubierto las cualidades de aquel extraño ser. Comparados con él todos los hombres que conocí no eran más que torpes engreídos.

Cuando le pregunté por "esos servicios"
me llevé la enorme sorpresa de que todas las vecinas del inmueble practicaban con él a escondidas de los maridos. Y aún más sorprendida me quedé al saber que lo que le lanzaba a esas maniobras era el olor corporal que según él hacemos todas las mujeres cuando nos excitamos. Un amante maravilloso que sólo satisface a la mujer cuando ella lo reclama, como un robot preparado para el amor.

Durante tres meses
me estuvo haciendo el amor incansablemente. Creí que iba a volverme loca del placer que me procuraba. Por las noches me despertaba pensando en su descomunal pene como una colegiala y me masturbaba varias veces antes de quedarme dormida. Apenas reservaba tiempo para otras cosas que no fueran para aquella apasionante relación.

Aquella noción religiosa
de que en el hombre existen dos principios reales, a saber cuerpo y alma ha desaparecido del "Mundo de mis Conceptos" formado como una nueva realidad que se va construyendo poco a poco: La energía es el gozo eterno.

                                                               Johann R. Bach

3 comentarios:

  1. Maravilloso relato, Johann
    Un beso

    ResponderEliminar
  2. Wooow! Las sensaciones debieron de aer increíbles. Y el saber de Pablito tan intuitivo debieron de ser un auténtico tesoro a conservar...Como has dicho en otro escrito CON POROS ABIERTOS!!!!!

    ResponderEliminar
  3. Una narracion erotica, de buen gusto, que sigue un climax in crescendo, hasta su resolucion final.Excelente.

    ResponderEliminar