29 jun 2015

También las ventanas son ojos sin vida.


Las palabras doradas de la lámpara
                                                                                    Siempre hay un poco de locura
                                                                                                                en el amor, pero siempre hay
                                                                                                                un poco de razón en la locura.
                                                                                                                                                  Nietzsche
Entre el subir la cortina
y la toma de conciencia de un nuevo día le siguen al viejo poeta, cercanos, los párpados preñados,

como una llama azul, intensos,
ante el viento inmutables, en la pequeña ensenada mediterránea, soportando los primeros hilos de luz y

la visión alucinante
de unos remos sin espuma varados en la fría arena, lisos y brillantes junto a una barca recién llegada.

También las ventanas son ojos sin vida.

El fogón de la cocina
del piso superior crepitaba bajo la cafetera preparada por la asistenta. En la planta baja el viejo escritor solo estaba:
sin esperanza de blancos veleros,
sin nubes, sin gaviotas aún, que la calma del mar quebrantaran, que la del cielo rompieran.

De sobrenombre Erasmo
–¿de Rotterdam?-, Ferrán en lo alto de la escalera se detiene:

¿Sabe que es otro sueño?

(Sí, sí, no pongáis esa cara.
En realidad Erasmo es una persona de origen catalán como lo fue el segundo hijo de Colón).

Primero un pie arriba, luego otro,
estremeciéndose como la raíz de mandrágora que oye el chucho buscador de trufa y

respira para gritar; para gemir, para gritar.

De par en par las puertas
del pasillo se balancean, y hay oscuridad de punta a punta en su trayecto. El pasillo parece alargarse más y más.

Pero una de las puertas está cerrada
e impide el paso al anciano personaje. Detrás de ella la más refinada pianista parece blandir un roto collar de tintineantes notas, que de algún modo

música femenina es.

En el pomo de la puerta
el anciano filósofo coloca su mano, recuerda su libro preferido (El Elogio de la Locura), entre libros y retratos de una familia llena de gloria y a cuestas con el misterio de su mente, se despierta;

aspira el aroma del café
que ha preparado la asistenta, intenta ordenar las alegorías producidas en su sueño y se pregunta:

¿Tierra y cielo han renunciado
a sus hechicerías de la temporada, a su verborrea sutil? ¿Se han sometido?

Ni ésta ni aquél
tienen todavía, aparentemente, proyectos para sí mismos, dicha -o felicidad- para nosotros.

Las palabras doradas de la lámpara
despiertan a una rama, una simple rama dentro de un jarrón con agua insulsa, una ramita con brotes y, sin embargo, sin porvenir.

La mirada del viejo sabio
se apodera de ella, viaja. Se imagina bajo un cerezo en flor en la isla de Okinawa y confunde las gotas de su sudor con el rocío de la mañana.

Luego, ya cabizbajo,
de nuevo, todo languidece, se arma de paciencia, se balancea y sufre.

En su interior se pregunta una vez más:
¿qué es lo que lleva a un defensor de la razón a escribir una obra en la que la locura habla en primera persona?

Piensa en todo lo que ha escrito,
leído y visto, en la ambición, el orgullo, la vanagloria y el engaño y, considerando que no es momento para meditaciones serias, decide divertirse escribiendo.

En su mente hace ya tiempo
que ensalza la locura (o más bien en la que la locura se ensalza a sí misma).

Todo lo que ha visto,
le lleva a pensar que ésta es la fuerza que mueve el mundo. La razón, la cordura, al parecer no lleva a ningún lugar:

cuanto más sensata es una persona peor vive,
el cuerdo no emprende a menudo grandes acciones (el miedo al fracaso es un freno), se ensalza la ignorancia o el error, se admira a quien más incompetente resulta, las ciencias no conducen a la felicidad, la civilización es un castigo.

Pero cuando Erasmo afirma todo esto
reconoce también su propio fracaso y el de todo su pensamiento. Tal vez, por eso, el viejo humanista haya optado en este caso por divertirse escribiendo el encomio de la estulticia.

El anciano sabio
no puede evitar resistirse a un mundo en el que la insensatez es la madre, el origen, de todo lo que se valora, en el que la incompetencia se premia, la ignorancia proporciona una vida agradable y la sabiduría sólo supone desdicha.

¿No es un mundo sorprendentemente siempre actual?
El Imperio de la Tontería –cree el viejo poeta- se sigue manteniendo hoy, con muchos más matices con muchas nuevas formas.

Ese todo que abarca la locura
ha ido colonizando nuevos terrenos conforme lo ha hecho el hombre, tan íntimamente ligado a ella.

Moja sus fríos labios con el quemante café.
No quiere despertar o ¿sí quiere? La oscuridad va desplegando su color, azul oscuro a través de los cristales:

Ni una nube
que haga la noche más apagada, ni una luna con su mácula deslustrada, sino sólo una estrella aquí y allá, un nítido punto suspendido en la bóveda celeste como una burla de nuestra vida y de todo nuestro minúsculo deseo.

                                                                            Johann R. Bach

2 comentarios:

  1. Me has hecho pensar. Y en resumidas cuentas , estre es " un mundo de locos" donde los que se creen más cuerdo, más locos están =)

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  2. Magnífico escrito,y qué nos queda en este mundo al revés,acaso la utopía.Me ha gustado mucho ,tiene aire fresco de salud mental y de locos cuerdos con olas de sabia locura locuaz

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