LA TORTUGA Y LOS PALMEROS
Con los años
se ha convertido en una cosa natural en mí, entrar en un estado de confusión en el que me da por relacionar mis piruetas mentales, lo cual consiste en
saltar de un pensamiento
a otro sin conexión alguna entre ellos de la misma forma que un escolar se distrae con el vuelo de una mosca.
El final de agosto se acercaba
y la higuera que tengo en el jardín aún conservaba gran parte de sus hojas, pero en la base del tronco ya se acumulaban algunas de ellas.
Era un día de esos
en los que parece que la tramontana no ha existido jamás y el pequeño movimiento de aquella hojarasca se debía a que allí se desperezaba la tortuga “Aquiles” la más rápida de toda su familia.
La reconozco por sus por sus marcas amarillas.
Es una tortuga curiosa,
dotada de una inteligencia milenaria. Me reconoce como “Platina” la gata que cada noche a las ocho da la vuelta a toda la finca para comprobar que todo está en orden y como también lo hace
el “Gadafi” un gorrión que juega alegre
con los demás animales domésticos de la familia y no molesta la siesta de las lagartijas.
De alguna manera Aquiles
se había ganado la simpatía de “Loga” el mastín de Burdeos auténtico cancerbero que vigila la finca.
Loga le llevaba, como cada día, a Aquiles
su hoja de lechuga y en aquel momento nada más verla se puso contenta. Por un instante, Aquiles levantaba hacia mí su cabeza de vieja filósofa, y,
deslumbrada por el sol,
calculaba mi tamaño y el de Loga. Yo conocía aquella expresión de su cara, un gesto de satisfacción motivada por el hecho de haber nacido en un Edén donde abundaban los alimentos y los animales amigos.
Ensimismado en la escena
un timbrazo me hizo comprender que aquel pequeño paraíso tenía sus límites: una muralla de ladrillo y una puerta de entrada.
Manuel Palmero esperaba afuera
a que le invitara a pasar.
Con voz grave
me dijo que no había podido pagar el alquiler de los dos últimos meses porque había estado en la cárcel, esa otra clase de paraíso.
Manuel y su hermano gemelo Francisco
habían abierto un pequeño bar no lejos de allí y lo bautizaron con el nombre de Los Palmeros.
Al poco tiempo Francisco se complicó la vida
entrando en negocios de un mundo extraño lleno de ilegalidades y finalmente fue a parar con sus huesos a la cárcel.
Manuel, lleno de humanidad,
fue a visitarlo en su celda de Sevilla justo en la semana en que se celebraba su famosa feria y no se les ocurrió otra cosa que
cambiarse las camisas
con la finalidad de que Francisco pudiera disfrutar de una semana de libertad.
Como eran gemelos idénticos el plan dio resultado.
Los funcionarios no se apercibieron del cambiazo. Todo le parecía perfecto a Manuel que estaba orgulloso de su generosa acción.
Pasados los días convenidos Francisco
no dio señales de vida y después de un mes en prisión Manuel tuvo que denunciar la fuga de su hermano.
Otro mes de comprobaciones
se tardaron las pesquisas de las autoridades en aclarar el caso, dando por fin con la captura de nuevo de Francisco, satisfacción a las demandas de Manuel.
En mi cabeza comparé aquellos Paraísos
tan diferentes el uno del otro, aunque los dos pertenecieran a mundos apasionantes.
Johann R. Bach
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