EL ACCIDENTE
Os juro que yo andaba cuerdo;
ni mi hermana ni yo habíamos tomado una sola gota de alcohol, pero las buganvillas horadaban mis ojos con su brillo brutal.
Lo vi todo realmente.
La suave piel del mar
se abría como una boca; la reverberación cegadora del sol y las flores aquí y allá resbalando sobre los muros nos pareció como si marcháramos sobre una alfombra nupcial:
Los demonios acuáticos
-náyades y ninfas-, que hasta aquel momento habían estado ocupados en otras aguas de ríos y lagos se habían trasladado como nosotros al mar.
Se conjuraron ante mis ojos,
bailaban ordenadamente en círculo, tomados de la mano, burlándose de nosotros, de nuestra ingenuidad.
En el centro del círculo
bailaba semidesnuda, como negando el caos, Abundia –la reina de las hadas-;sonreía y con una cierta familiaridad, cogida de la mano a mi hermana
lanzó al aire una estrella.
Le hizo prometer que cuidaría de mí, y, me pareció que, por alguna razón oculta, yo les había caído simpático.
Abundia como un súcubo normal
me besó dulcemente los labios y me recomendó conducir con cuidado y evitara en la medida de lo posible ir contra el viento.
Al volver a la carretera
vimos tumbados en el suelo el cuerpo de dos motoristas que se habían estrellado contra un camión.
Circulaban aquellos desdichados,
por lo visto a gran velocidad, en dirección contraria a la nuestra, es decir, contra el viento y con el sol de cara.
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