7 mar 2014

La suave piel del mar se abría como una boca: ...

EL ACCIDENTE

 

Os juro que yo andaba cuerdo;

ni mi hermana ni yo habíamos tomado una sola gota de alcohol, pero las buganvillas horadaban mis ojos con su brillo brutal.

 

Lo vi todo realmente.

Habíamos detenido nuestra preciosa Kawasaki W-800 junto a la playa de Canet, cerca del agua.
 

La suave piel del mar

se abría como una boca; la reverberación cegadora del sol y las flores aquí y allá resbalando sobre los muros nos pareció como si marcháramos sobre una alfombra nupcial:

 

Los demonios acuáticos

-náyades y ninfas-, que hasta aquel momento habían estado ocupados en otras aguas de ríos y lagos se habían trasladado como nosotros al mar.

 

Se conjuraron ante mis ojos,

bailaban ordenadamente en círculo, tomados de la mano, burlándose de nosotros, de nuestra ingenuidad.

 

En el centro del círculo

bailaba semidesnuda, como negando el caos, Abundia –la reina de las hadas-;sonreía y con una cierta familiaridad, cogida de la mano a mi hermana

 

lanzó al aire una estrella.

Le hizo prometer que cuidaría de mí, y, me pareció que, por alguna razón oculta, yo les había caído simpático.

 

Abundia como un súcubo normal

me besó dulcemente los labios y me recomendó conducir con cuidado y evitara en la medida de lo posible ir contra el viento.

 

Al volver a la carretera

vimos tumbados en el suelo el cuerpo de dos motoristas que se habían estrellado contra un camión.

 

Circulaban aquellos desdichados,

por lo visto a gran velocidad, en dirección contraria a la nuestra, es decir, contra el viento y con el sol de cara.

 

Abundia, la reina de las hadas, nos había salvado la vida.
 
                                                                   Johann R. Bach

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