LA ADOPCIÓN
DEBERÍAS CONTAR CON TU MADRE
No cuentas con tu madre.
Calor no da. Tan sólo cierto resplandor destinado a tu hermana.
Lejos sonríe. Te habla y no la oyes.
No sabes qué te dice, dónde.
Tu padre biológico, ajeno, disminuye,
emblanquece, se distancia hasta su recuerdo.
En una noche tuvo
absolutamente todo el frío, todo el desamparo junto desarropándolo, se empecinó con él entre sus sábanas.
Y sin tutela estuvo.
Así de golpe, proscripto, totalizó su nada.
No te encontrabas a su lado
para resguardarlo de la helada.
¿Ahora qué puedes pretender?
¿Quién podría apadrinarte? Íntegramente huérfano, tus posibles sucesivos padres uno tras otro cesarían.
Te prohíjan,
pero no puedes hacer fuego, aunque a menudo, la fibra te tirite, te has de someter a tu adoptiva hermana, a su vez adoptada… y cruel.
Oscurece, oscurece. No tomes frío.
No soy tu madre, ni lo pretendo, sólo quiero llevarte a un lugar que no es el paraíso, pero allí tendrás algo de calor
y yo, a veces, hablaré contigo.
Allí, las estrellas te mirarán
lentamente, parpadeando; un arco de luz imitando el fuego te acariciará el rostro y su aroma, imitación del azahar, hará que tus plexos se abran,
tus dibujos se reproduzcan
como los de otro Leonardo y tus pulmones se ensanchen como tus límites.
Johann R. Bach
(De la novela “Niños a la Deriva” cap. 46)
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