UN BARRANCO AMARILLO
Algunas tardes, cuando me quedo dormido,
mi sofá se desliza hacia los campos y se detiene frente a un barranco. Intento volar como las abejas para evitar la caída.
Ante un abismo sin fin
la ansiedad me despierta y en la oscuridad, desde la mesa donde reposan naranjas, granadas y los plátanos
una abeja posada sobre la fruta
me mira a los ojos. Mis músculos tardan en desentumecerse y antes de desperezarme
me cubro con las manos el pecho
y no me atrevo a apartar la mirada de ese minúsculo insecto social e imagino su cara pálida en la que destacan
las visibles venas
bajo la fina piel de sus sienes. Pienso en su mundo rotando alrededor del sol… como el nuestro.
La eternidad está enamorada
de los frutos del tiempo. Especialmente el programa genético de la abeja le procura una laboriosidad fuera del tiempo:
al igual que el color preferido de las arañas
es el de las naranjas y plátanos, el color miel la excita de tal manera que no tiene tiempo para penas,
revolotea una y otra vez el panal
y no puede construir más que hexágonos único polígono que se desliza siempre por el mismo plano.
La abeja reina es la única
que tiene un reloj de pulsera para medir las horas de la sabiduría y en el momento preciso engendra otra abeja reina;
es la única que saca la cuenta
de los días que faltan para que la sequedad del verano paralice la actividad industrial,
el peso de los paquetes de miel
almacenados en contenedores con forma de prisma de base hexagonal y la medida de todo en años de escasez.
¡Qué suerte poder pensar
en un barranco lleno de frutos y flores!
Johann R. Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario