24 ago 2014

Algo dentro de mí debió romperse después de aquella experiencia.

LA DELGADEZ DE PABLITO

Mientras pintaba a Pablito
comprendí el porqué todas las vecinas lo protegían.

Era de piel blanca,
muy delgado, con unos largos brazos y anchas manos que parecían remos de una piragua varada.

Sus ojos saltones inducían a pensar
que su mirar se adelantaba en el tiempo y en el espacio y que había en su vacío interior otro vacío inmenso.

Su voz atiplada como la de un niño
inducía a los que lo conocían bien a bromear sobre su "disminuida masculinidad".

Su forma de defenderse
de las agresiones verbales y otras potencialmente más peligrosas correspondía con ingeniosos chistes. 

Al desnudarse
-siendo el primer día que posaba para mí- descubrí que Pablito era aún más sorprendente desnudo que vestido.

Su enorme pene era como un olivo
en el que su tronco está a resguardo de su sombra, en que la tormenta no se desviste las hojas y se mantiene en pie como si estuviera sentado, y se sienta como si estuviera en pie.

Protesté ante su fuerte erección,
le dije que si no se encontraba en condiciones de posar "pacíficamente" podíamos continuar otro día.

Casi con lágrimas en los ojos
me contestó que aquél era su tamaño permanente -una desgracia- que necesitaba el dinero y no que no tenía intención de molestarme.

Vi sinceridad en su mirada
y comencé a pintar. Poco a poco me fui calmando y mi mano fue recuperando su pulso habitual.

Pablito posaba como un profesional:
en silencio, con la vista perdida en el vacío y aguantando estoicamente todas las sesiones sin desfallecer.

Con el paso de los días
en mi mente se formó una imagen de Pablito diferente de la que tenía la gente del barrio:

al igual que el olivo,
me pareció entender que aquel ser excepcional y único, vivía hermano de una eternidad cotidiana y vecino de un tiempo que podía confiar en él para la provisión de luminoso aceite.

Me contaba
en los tiempos de descanso las anécdotas cotidianas que vivía en aquel bohemio barrio.

Esta mañana –me decía por ejemplo-
un señor barrigón, cliente habitual del mercado me ha dicho que si me montaba me iba a producir doble placer.

Sí, uno al montarme
–le he dicho, contestando la broma-y otro al bajar de la burra. Jajaja.

Cierto día,
mientras estábamos tumbados en el canapé, sin que yo le preguntase nada comenzó un monólogo que escuche con sumo interés

MOLÓGO DE PABLITO
En el insti tuve varias profes de literatura
que me decían que tenía dotes de escritor. Destacaba en las redacciones y en los comentarios sobre poemas y escritos de grandes escritores,

pero no les hice puto caso.
Seguía en el insti porque me obligaban en casa, pero yo no podía soportar el aislamiento al que me sometían los compañeros.

Nunca comprendí qué les molestaba de mí.
Inventaban chistes y adjetivos referentes a mi delgadez que ocultaban realmente cuáles eran sus verdaderas ideas sobre mí.

Tuve durante muchos años
un fuerteo complejo por mi delgadez y que, como puedes ver, me ha perseguido todos estos años.

En aquel tiempo
los chicos y las chicas íbamos por separado a la escuela. Aquello me permitió conocer a los hombres y llegar a la conclusión de que no me gustaban,

ni siquiera como compañeros.

Su técnica consistía en descalificar
de una manera u otra a todos los demás y para disimularlo buscaban un chivo expiatorio.

Como no podían descalificarme
en los estudios porque era mejor estudiante que ellos y con mejores resultados no se les ocurría otra cosa que humillarme por mi delgadez.

De esa manera ocultaban realmente
la envidia y odio que me tenían. Viví durante años –y aún vivo- marginado; acompañado sólo por mi imaginación.

En cierta ocasión
con sólo nueve años de edad tuve una pelea espantosa: un grupo de chicos mayores que yo se estaban burlando de mí y de mi voz y al responder con alguna palabra más altisonante que las suyas empezaron a darme una paliza.

Me pateaban en el suelo
cuando logré hacerme con la pierna de uno de ellos y cayó de espaldas con tan mala fortuna que se dio con el canto del bordillo. Lo hospitalizaron con una fractura de cráneo y conmoción cerebral.

Durante siete noches recé
para que no se muriera. Sobrevivió, pero a partir de aquel di le cogí miedo a los hombres y también disgusto por su carácter flor de guerra.

Algo dentro de mí debió romperse
después de aquella experiencia.

Con las chicas no me fue mejor,
pero eso te lo explicaré otro día. Te cuento esto para que comprendas que no me gustan los hombres y que me siento como un ser antisocial.

                                                                     Johann R. Bach

EL COMENTARIO DE PATRICIA

Los humanos somos seres humillantes y a los que no entendemos los hundimos sin saber sus sentimientos, si lo estará pasando mal, somos el cáncer del planeta.

No sabemos ser conscientes de la belleza que puede haber en esos corazones que pretendemos aplastar...

La hermosura de una persona como Pablito podría radicar en escuchar lo que esconde, a pesar de su enfermedad constante que lo frustra...

Esperaré a la continuación del relato para no adelantarme a los hechos...
                                       Un beso Patricia


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