EN EL AGOSTO DE LA VIDA
¡Qué Universo!
Un coro de llamas cantoras ahí arriba, sobre nuestras cabezas y el vuelo de un cóndor que parece dirigirlas.
Noches heladas por el seso lunar
en Buenos Aires o Santiago. Ahora con frío por el hueco, no sé hasta donde, solar.
¡Qué contraste
con el mundo mediterráneo!
En mi vida, tres veces
pedí el sol individual y otras tres me fue denegado. Mientras estuve ingresado en el hospital pedí un sol aunque no fuera muy grande.
Me trajeron una guitarra de juguete.
Busqué empleo
pues nadie vino a ofrecérmelo. He aquí el error: tener la pretensión que el empleo cayera del cielo sobre mi balcón.
Por aquel entonces yo ignoraba que en mi frente llevaba un número de matrícula como un código de barras en el que las grandes empresas y hospitales podían leer
La advertencia de la peligrosidad
de mis palabras y de mi espíritu rebelde heredado de generaciones y generaciones junto a su sudor.
Ahora comprendo
que todo lo mío estaba encadenado de antemano.
Cuando salí del hospital estaba nublado y no pude ver el sol. A pesar de ello me llevaron al zoológico. Allá, entre los gritos de un gorila y los rugidos de un viejo y desdentado león
Asomó tímidamente entre las nubes el sol.
Pobre de mí,
mi sol, mi disco de oro, era casi blanco. La gente prefería mirar a los leones que reparar en un esmirriado niño.
Sin embargo, aquel horizonte de colmillos
y lenguas ásperas parecían indicar, al menos potencialmente un lugar donde aún cabía la ternura.
Me pregunté
¿qué hago sin mi gran hueco solar?
Intenté abrirme paso como el cóndor
a través de la cordillera: como si la piedra fuera viento para él.
Encontré un amor
que me rechazó rápidamente porque no tenía muebles. Con otros se repitió la escena.
Y es que
cuando un hombre progresa económicamente abandona a la mujer de cuarenta para poder dormir con la secretaria de veinte; y si no progresa es ella (la esposa) la que lo abandona a él.
Así que no me queda otra alternativa
que imitar al cóndor:
dejar el vuelo de las plumas en el perchero,
dejar mi saco de huesos, fatigado ya de tanto y tanto ir y venir dentro del armario, y, tratar de entrar en el Paraíso por otros procedimientos no ortodoxos.
¡Qué mundo! ¡Qué sombras!
Aunque después de todo, qué suerte poder descansar junto al mar.
Johann R. Bach
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