29 mar 2014

se oye el golpeteo del telar sin lanzadera de la más pequeña de las arañas

AYER OLÍAS A SÁBADO ANTIGUO

 

Ayer olías a sábado antiguo

como si hubieras ido a la barbería. Entre trajes en desuso, verdes mochilas y azules capotes vulcanizados para trabajar en las minas,

 

sin naftalina o flores de lavanda

en bolsitas de tul, destacaba tu pelo recién recortado y tu ligera barba.

 

No se puede decir que hayamos conseguido

sosiego mientras clausurábamos las habitaciones que dan al norte. Nos libramos desde luego de movimientos vanos, de arreglos absurdos, de esfuerzos innecesarios

 

por un orden imposible.

 

Sin embargo, la casa, así desnuda y cerrada,

ha adquirido una resonancia terrible, sutilísima cuando pasa una cucaracha sobre las vigas o un murciélago que se ha equivocado de hogar.

 

Cada sombra en los cristales

de las ventanas a modo de espejo, cada chasquido de los diminutos dientes de la carcoma o la polilla,

 

resuenan al infinito

hasta las más delicadas fibras del silencio, hasta el fondo de las venas de la más inverosímil de las alucinaciones.

 

Abajo en el sótano,

en medio de las garrafas de aceite de oliva, se oye nítidamente el golpeteo del telar sin lanzadera de la más pequeña de las arañas, o la sierra del herrumbre en el mango de los cubiertos de plata y,

 

de pronto, un golpe seco

en uno de los dormitorios de la planta baja cuando un libro se desprende y cae como si se derrumbara una construcción antigua, amada.

 

Como en otras ocasiones,

 arrojado de bruces en el suelo, buscabas bajo el armario, insondable, inquieto, penetrante como si estuvieras haciendo el amor.

 

Yo era el suelo

sobre el que te echabas, te sentía dentro de mí y mientras tanto, al mismo tiempo, de pie observaba cada uno de tus movimientos grabándolo en mi tacto y en mi gusto.

 

No encontramos, naturalmente, la cadena

que me ponía por las noches, en la cama, cuando ya se habían dormido los niños,

 

la que apretaba fuerte contra el pecho.

 

¿No ves sus huellas,

eslabón tras eslabón, hundidas en mi piel?

 

Como en otras ocasiones,

arrojada de bruces en el suelo, buscaré junto a ti bajo el armario.

 

                                                           Johann R. Bach

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