AYER OLÍAS A SÁBADO ANTIGUO
Ayer olías a sábado antiguo
como si hubieras ido a la barbería. Entre trajes en desuso, verdes mochilas y azules capotes vulcanizados para trabajar en las minas,
sin naftalina o flores de lavanda
en bolsitas de tul, destacaba tu pelo recién recortado y tu ligera barba.
No se puede decir que hayamos conseguido
sosiego mientras clausurábamos las habitaciones que dan al norte. Nos libramos desde luego de movimientos vanos, de arreglos absurdos, de esfuerzos innecesarios
por un orden imposible.
Sin embargo, la casa, así desnuda y cerrada,
ha adquirido una resonancia terrible, sutilísima cuando pasa una cucaracha sobre las vigas o un murciélago que se ha equivocado de hogar.
Cada sombra en los cristales
de las ventanas a modo de espejo, cada chasquido de los diminutos dientes de la carcoma o la polilla,
resuenan al infinito
hasta las más delicadas fibras del silencio, hasta el fondo de las venas de la más inverosímil de las alucinaciones.
Abajo en el sótano,
en medio de las garrafas de aceite de oliva, se oye nítidamente el golpeteo del telar sin lanzadera de la más pequeña de las arañas, o la sierra del herrumbre en el mango de los cubiertos de plata y,
de pronto, un golpe seco
en uno de los dormitorios de la planta baja cuando un libro se desprende y cae como si se derrumbara una construcción antigua, amada.
Como en otras ocasiones,
arrojado de bruces en el suelo, buscabas bajo el armario, insondable, inquieto, penetrante como si estuvieras haciendo el amor.
Yo era el suelo
sobre el que te echabas, te sentía dentro de mí y mientras tanto, al mismo tiempo, de pie observaba cada uno de tus movimientos grabándolo en mi tacto y en mi gusto.
No encontramos, naturalmente, la cadena
que me ponía por las noches, en la cama, cuando ya se habían dormido los niños,
la que apretaba fuerte contra el pecho.
¿No ves sus huellas,
eslabón tras eslabón, hundidas en mi piel?
Como en otras ocasiones,
arrojada de bruces en el suelo, buscaré junto a ti bajo el armario.
Johann R. Bach
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