OSERVANDO LA LUNA
Sobre la luna hemos escrito
–desde Plutarco hasta hoy- todos los poetas. Es hora de que la luna escriba algo sobre nosotros.
Podría escribir por ejemplo:
“Insensatos. Sois unos insensatos. Paso por vuestro rostro y lo divido en dos mitades.
El corte es tan fino que ni tan sólo os desadhiere.
Pero una mitad vuestra vive por siempre truncada, pendiente de mí, gravita a mi entorno.
La luna, sabéis,
tiene sus satélites que son los hombres”.
Pero también en la redondez de su cara
parece que hay algo escrito menos romántico cuya traducción no literal viene a decir en los idiomas terrestres:
“Me digo a mi misma –no sin un cierto esfuerzo-
lo que le recomendaría a cualquiera que se sienta invadido por la soledad, o arrastrado por una agradable melancolía y
por vanas fantasías,
y que por carencia de empleo no sepa cómo utilizar su tiempo, o que se sienta crucificado por las preocupaciones de una posible guerra en Ucrania
no puedo prescribirle mejor remedio
que apuntarse a un curso de idiomas o de literatura o asociarse a un grupo de esos que observan los cielos nocturnos”.
“Hacedle ver a esas almas solitarias
que no deben forzar excesivamente su juicio y convertirse en un “esqueleto”; o que
no haga como esos enamorados
que no ven más que dramas televisivos y/o ociosos poemas,… lo que muchas veces que
terminan tan locos
–bendita locura- como Don Quijote”.
Observemos detenidamente la luna
y aprendamos ese conocimiento escrito en su superficie y reconozcamos que es más dulce que la miel,
más suave que el pan,
más alegre que el vino: un real consuelo.
Johann R. Bach
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