29 dic 2013

Sus bellas almendras se fijaron en mis ojos. Peregrina, intocable, ...

ANTE UN MAR DE MERCURIO

 

Hace tan sólo una semana

estuve en Honfleur. Aprovechando la pleamar, vi a los barcos entrar y salir de su puerto bajo la vigilancia de la flecha de Sainte Catherine.

 

Y miré la mar y su agua

que la hace sensible y vi: que las olas al unirse en planos y esferas absorbían la luz,

 

multiplicando su poder de lunas

y al liberarse de la superficie de aquel mar dejaban su estado de cúpulas para ascender, como muertos planetas al cielo.

 

Tuve la impresión, ensimismado,

de que si tomaba un poco de aquella misma agua en mis manos no me mojaría. Que era pesada, suave y manual.

 

Que su manifiesta analogía con el mercurio

sólo lograba hacer más radiante el Universo Vivo del extraño mar (mar radiante porque su luz repite, en unidad, el fuego del cielo) que

 

atravieso en la noche naciente.

 

Porque había vagado

por horas y un par de días, tal vez más, y ya casi era de noche para todos los turistas que bebíamos cerveza mirando desde lo alto, por la pequeña ventana, La Lieutenance con miedo al vacío,

 

en el Vientre del Miedo,

en el vientre de sombra y alucinación por un mar de mercurio sin piedad.

 

Sentí como si estuviera en el Purgatorio

que allá en la tierra que dejé:

 

huesos quemados

por un cielo de hiel mientras los buitres gritaban: "no haya paz y así, para siempre, nos equivocaremos".

 

Mi corazón escorado

como un velero se quejaba de que Ella, la Ungida en el País Lunar, entraba en la tasca y se sentó en una mesa frente a mí.

 

Sus bellas almendras

se fijaron en mis ojos. Peregrina, intocable, parecía reprocharme lo inconfesable la inocencia y la cobardía.

 

Una angustia indecible

se apoderó de mí como si me hubiera despertado en un barco extraviado y vi la noche;

 

vi el mercurio quebrarse y hervir,

y soltar Soles Negros que en vuelo devoraban la luz. Sentí como si ya fuera imposible salir de la noche, de una noche siempre oscura y silenciosa.

 

Comprendí antes de volver a ver

sus almendrados ojos que sólo aquellos que viajan en las cámaras ocultas del enorme barco sin límites llegarán a lo que fue la luz: su dominio.

 

Ya de regreso a mi mar,

a mi viento de tramontana me dispongo, como todos, a entrar en el año nuevo para dar otra vuelta más alrededor de mi Sol.

 

Nos hemos de preparar

para describir la eterna escena de los hombres, mujeres y niños que esperan la vuelta de sus familiares a puerto y a que salga la luna y en vuelo suban en sus sueños a comérsela.

 

                                                         Johann R. Bach

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