21 dic 2012

SIETE FRACTALES PARA PONTRYAGIN (de Johann R. Bach) www.homeo-psycho.de

SIETE FRACTALES PARA PONTRYAGIN  (de Johann R. Bach)

 
Corría el año 1923.

La Revolución rusa estaba en su apogeo cuando el viejo marinero, considerado como héroe de la sublevación de la Flota del Báltico dio una conferencia en el Liceo de San Petersburgo

 

Habla usted muy bien el ruso

-le preguntó un muchacho ciego al viejo marino después de oír la conferencia- ¿En qué escuela, ciudad y país lo aprendió?

 

Aprendí ruso sobre la cubierta

de un barco, oyendo las voces de los solitarios marineros. Tuve tiempo de comparar los acentos entre ellos y sus miradas mientras recorríamos trozos de costas como curvas de Koch.

 

¡Cómo me hubiera gustado ver esas costas!

-dijo el muchacho.

 

Dices bien.

Cuando yo tenía tu edad recorría a pie pequeñas porciones de costa. Me gustaba ver el mar y mi curiosidad me llevaba a ver que había detrás de cada rocoso recodo.

 

Mi sorpresa era mayúscula

al ver que detrás de unas rocas había una playa y al final de ella otras rocas. Desde cada punto de mi recorrido el sol se ponía siempre por paisajes distintos.

 

Más Tarde cuando me embarqué

nunca perdía de vista aquella costa con infinitos rincones y en cada uno de ellos dejaba un sueño.

 

A veces sentía cómo se desenredaba el viento

del tupido entramado de las agujas de los pinos. Todo yo era oídos y jugaba a interpretar aquel idioma del revolotear de ángeles.

 

En la porosa espuma

de aquellas aguas errantes que saltaba por encima de la proa, la luna fosforecía y en noches sin ella un inaprensible hálito de un jirón danzante de niebla acariciaba mi pelo.

 

Algunas noches que fraternizaban

-persiguiéndose unas a otras- con días iguales, faenábamos bajo la ubicuidad de las altas, altas estrellas como si una pléyade de velas quisieran alumbrarnos al recoger las redes.

 

Después de que las gaviotas de plata

se descolgaran del ocaso, aquellos diminutos puntos se arracimaban sobre nuestras cabezas conformando un mosaico de luz cuya  complejidad inasible por el ojo humano

 

casi alcanzaba la bidimensionalidad.

 

¿De qué país me habla?

–preguntó el muchacho- ¿Existe esa costa que me describe tan efusivamente? Sí. Es una costa recortada casi al infinito que va desde la desembocadura de un rio llamado Miño hasta algo más allá del cabo de Estaca de Bares.

 

Esa costa batida por el mar,

el viento y la lluvia donde la carretera se tuerce y retuerce en cada una de las rías y conforma el carácter de un antiguo país llamado Galicia donde cada noche se ama y se espera que el mar traiga algo nuevo.

 

¿Cuál es tu nombre muchacho?

Me gusta apuntar en mi diario a todas las personas que he conocido. Quizá algún día pueda enlazar las letras de los nombres de todas ellas como fractales de mi querida costa.

 

Pontryagin es mi nombre.

Acabo de perder la vista, pero por lo que he oído de su conferencia, vuelvo a estar en condiciones de ver más claro que nunca. Estudiaré matemáticas.
 
                                                    Johann R. Bach
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