de Mallorca y en menor medida la de Menorca desde el primer momento en que supe que me habían destinado a la zona militar de las Islas.
Se abría ante mí un paréntesis
-el servicio militar- que no iba a hacer desaparecer de mi vida ese secreto que llevamos todos sobre nuestras espaldas y que lo vivimos tomándonos todo como una apariencia; y que las fuentes poco a poco se van perdiendo en el paisaje.
Mi frente acusaba con alguna sombra
el cansancio del final de carrera donde en el sprint final perdí la cola de mis cejas y parte de mi entusiasmo por la vida. Me sentía antiguo y un simple encefalograma hubiera demostrado que mi cerebro estaba arrugado e ilegible.
¡Qué pergamino sucio y viejo era mi piel!
El último campamento en Castillejos al que me sometí para conseguir la estrella de Alférez me había quemado la cara y los brazos y mis mucosas tomaron la senda de la deshidratación del paisaje.
Una pasión insana, insatisfecha,
de algún modo no colmada, como el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, me proyectaba e inquietaba a la busca de lo ignorado y del pezón que nos sustenta. Sentía en definitiva que la falta de libertad no desautorizaba el paisaje.
Iba a entrar en un mundo –horrible-
exclusivo de hombres cuando mis ojos deseaban ver, una por una, todas las hembras de todas las playas.
El deseo de estar junto a la alegría
No hay comentarios:
Publicar un comentario