16, RONDA SANT ANTONI
Una de las primeras noches en tu nueva casa
con ocho años cumplidos, e incluso,
como se decía entonces,
caminando sobre tus nueve
tu corazón palpitó desagradablemente.
No sabías lo que era vivir
en la Barcelona de los cincuenta,
en un bloque de pisos de altos techos
donde hasta la respiración retumbaba.
No era muy tarde pero ya las sombras
del invierno se habían apoderado del barrio.
Sólo la luz de los fluorescentes de El Barato
llamaba a los clientes a refugiarse del frío.
En casa tus hermanos y tú esperando
la llegada de los padres con algo
comestible entre las manos.
Alguien acababa de moverse en el ascensor;
se oyó un ruido como el zueco de una pescadera
de manos frías raspando
la solera de un montacargas.
Nadie parecía acceder a la escalera.
Pensaste en Francisco Aguilera tu compañero
de pupitre de la Escuela Pía.
Un gritó acabó por inquietarte totalmente;
no querías avisar a tus hermanos:
temías que te acusaran de miedosa,
pero en aquella ocasión tu hermano
acercó el ojo a la mirilla de la puerta y miró,
y algo extraño debió ver que le asustó.
La oscuridad era de noche casi cerrada,
pero el péndulo del reloj de pared
movía su lenteja sin dar las horas;
anulado el carillón la moribunda tarde era
aún más silenciosa. Si alguien
en aquellos momentos hubiera lanzado
otro grito se habría considerado como normal
dentro de la anormal calma:
tras el horror o angustia
todo desaparecería, todo podría
sucumbir en la inquietud, pero nada
debía ocurrir todavía y la escalera
numerada con el dieciséis no era
más que un lugar de descanso
donde los rostros que la luz
de los relámpagos iluminaba,
de vez en cuando, se volvían verdes;
el alcohol les había robado la expresión.
Nos refugiamos en el comedor
sin inclinar la cabeza. Se hubiera dicho
que éramos tres retratos contra la pared:
el primero saludaba a los otros;
a pesar de lo parecido de nuestros pijamas
y nuestros miedos
se nos reconocía por las diferentes estaturas.
No había espejo sobre el buffet
ninguno de los tres quería quedarse solo.
Un fuerte trueno arrancó el grito de las gargantas
y los cristales salpicados de noche temblaron
como la piel de un caballo. Sin embargo los años
pasaron rápido en tu cabeza a oscuras como la de
cualquier niño.
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