EN LA UVI
Depositaron mi saco de huesos
en algún lugar
lleno de ansiedades,
prisas y miedo a desgracias
que en su mayoría
no sucederán nunca.
Este lugar parecido a un hospital
es como una nave moderna,
una hiedra de placas de grafito
acompañada por un séquito
de oleadas de leds que emiten
luz azul intermitentemente
mientras conserva
una cadencia de notas
que despierta tu memoria,
de gestos
y el tacto de unas voces.
Este lugar algo in-hóspito
de paredes de luz,
de pétalos y escamas,
retratos de sueños
es como un bosque
por donde se pasean,
sigilosos, solemnes con vestidos
de mosaicos de titanio,
unos seres inmortales.
Por los infinitos pasillos
suena una música al detectarse
la presencia de alguien vivo,
de manos y miradas;
se expande por el aire llenando
salas, cajones y oídos;
esas notas musicales escriben
en el oxígeno un sonido
más allá del tiempo,
la lágrima y el beso
donde son vencidos, exhaustos,
desbordándose
el fuego y el frío
que afirman la existencia.
Este sitio poco acogedor
es como un ingenio espacial
en el que para sobrevivir
hay que tocar
los delicados instrumentos
a cuatro manos.
Elisa R. Bach
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