REGRESO desde EMPURIES
Frente a ti,
sobre su carro lleno de estrellas
viajaba el Auriga;
tras de ti,
sobre el resto de cielo abovedado
miles de lucecitas azules
te seguían iluminando el camino.
Extraños y nítidos ecos descendían
en la noche desde los olivos
como las notas sin prisa
de una serenata de Chopin,
en una noche muy distinta
a otras noches con tramontana;
tanto que, ante ella
se apartaban incluso las noches
reales del agosto de Cadaqués
de sueños infantiles y lluvias de estrellas.
La noche era tan clara y brillante
que se veían los perfiles geométricos
de los cristales de cuarzo de la playa.
Era como si Apolo mediante un oráculo
te hubiera aconsejado precisamente
esa noche para tu viaje
y hubiera encendido sobre ti
el horizonte con su antorcha.
Sobre los olivos de la montaña dorada,
la hoz de la luna, jugueteando,
corría ágilmente junto a ti
como un cervatillo
hasta que llegó el final
y el mar cambió como si Poseidón
hubiera pasado página.
Ahora todo parece poco
pero atrás de mí quedó aquel grito
-a veces aún resurge mientras duermo.
Era el grito de la geometría convexa
del dolor de la herida y del placer del alma.
Elisa R. Bach
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