Cadaqués
Abres los ojos, te desperezas
con los hilos de luz tenue
que entra tímidamente
y alcanza tu lecho.
Vas hasta la ventana,
y compruebas que a primera hora,
la casa duerme
y el mar es una lámina de platino
bajo el taller celeste:
Cadaqués tiene aún la piel fría.
En pocas horas
volverán los ritos del verano:
el paseo matutino, los baños, la siesta,
la puesta de sol, o la lectura de los clásicos,
que siempre son modernos y enseñan
lo que no sabes, hablándote de lo que sí.
Tus dedos huelen a tinta
-aroma que el perfumista desconoce-
y el color fucsia del papel secante
amigo de la antigua limpieza escolar
persiste en las flores de los granados
de este rincón del Mediterráneo
que es como una Troya en paz,
donde Aquiles y Héctor ya no pelean,
donde nadie recuerda a Príamo
y Helena tiene verdaderas dificultades
para encontrar amantes.
El sol va tomando posiciones muy deprisa
para instalar sin tregua su fuego cotidiano,
las sombras, herencia de la noche huidiza,
se baten en retirada y las barcas afeitan
el horizonte como emisarios de un barbero.
Las horas de la tarde están embalsamadas,
y el mar manda mensajes centelleantes
a tu casa que limita con el mar por el este
y los mapas por descubrir no existen.
Este rincón junto al Lago de los Sueños
es tierra de olivos, higueras, algarrobos,
encinas, granados y nopal,
pero a sus pies griegos, fenicios,
cartagineses y romanos tomaron aliento.
Cadaqués es tierra de la vida sabia
y tú escribes sobre su piel versos
que hablan de ella, mientras se despereza
y sonríe con el misterio
de una diosa antigua.
Elisa R. Bach
La bellesa del poema és paral·lela a la bellesa que evoca de Cadaqués: fa venir ganes d'anar-hi, ajeure's a la sorra vora l'aigua i fer un viatge fora del temps, en un Mediterrani gairebé etern.
ResponderEliminarL' enhorabona. Una lectora