6 dic 2016

Olga jadeando se tumbó a mi lado y sus delicados besos me adormecieron.


EL pubis vitRocerámico DE ROSA

Gracias a esa experiencia de Escarabajo ojos de té,
Ermessenda pudo establecer –cuando se la conté- una relación de profunda identidad entre los tres momentos experimentados en el presente y los acontecimientos que venían del pasado, y una luminosa analogía, bajo la óptica de su pluma, identificó el íntimo lazo que había entre dos sensaciones, dos ideas y dos experiencias que se habían tenido entre el presente inmediato y un pasado perdido en la niebla del tiempo y que el azar reconocía como viviente y testimonial.

Esos son momentos privilegiados
que significan el descubrimiento de la vocación de escritor, que Ermessenda mantuvo durante toda su vida… y más allá.

Y aunque esas experiencias tomen nombres como "impresiones oscuras", "reminiscencias", "instantes profundos", "islotes insólitos", incluso "estados de ánimo excepcional estimulados por sustancias químicas", podemos reconocer en ellas la ilustración no sólo del origen de las novelas de Ermessenda sino también el proceso de creación que ha hecho posible el relato.

Algunos críticos dijeron de ella que su estilo alambicado era poco francés (como si sólo lo francés fuera bueno) aunque Aurembiaix, una de las almas más grande de las que ocuparon estas mansardas, afirmaba que Ermessenda, auxiliada con las alegoría pictóricas de Cassia era verdaderamente una formidable artista, una innovadora, una mujer excepcional que debió desarrollar una técnica y un estilo, para poder traducir en palabras su particular visión del Mundo del Ápex.

¡Caramba Rosa! Hablar contigo es un verdadero placer. Eres la auténtica Cronista de Las Mansardas

¡Ay! Eres muy amable Quentin, pero díselo a Antoin pues él está convencido de que soy una pesada cuando hablo de la vida y milagros de los demás. Él sólo encuentra calor y placer cuando pone su palma de la mano sobre mi negro pubis vitrocerámico.

-No me dirás que tu convivencia con Antoin no fue satisfactoria.

-Al principio no.
Me acariciaba amorosamente, sí, pero justamente cuando yo empezaba a volar, él eyaculaba sobre mi barriga pues no queríamos tener hijos que nos complicaran aún más nuestra vida. Aprovechando que iba al lavabo yo remataba la faena. Poco a poco me acostumbré a aquel tipo de relación íntima y la acepté como la cosa más natural del mundo. Y es que realmente aquellos momentos de calor máximo intermitente no eran sino una parte minúscula de nuestra convivencia.

Es posible que aquella relación sexual tan particular fuera la causa de mi paulatina pérdida de vista: en mi mente no quería ver aquello que no me gustaba. Antoin, ya lo sabes, es miope pero la verdad es que yo soy bastante cegata, sí. Fue una forma de vivir cómoda: no quejarme porque realmente de otra forma nuestra convivencia podría haber sido no tan pacífica.

-¿Y no tuviste ninguna otra experiencia?
-No ninguna con hombres. ¿Quién iba a fijarse en mí con aquella cara de pánfila si mis ojos quedaban casi ocultos por unos cristales culo de vaso? No era fea, es cierto, ni tenía un cuerpo maltrecho, pero el abundante vello de mis brazos me delataba como poco atractiva. El buen carácter de Antoin lo compensaba todo con creces.

Por estas mansardas han pasado una muestra variada y cosmopolita de jóvenes estudiantes: Julia una estudiante italiana compañera de una dama americana, Holger un filósofo alemán… Pero fue con Olga una pianista dálmata con la que experimenté algo que entonces aquí en París se denominaba flirt:

Aún no eran las diez de la mañana cuando cargada como una burra con la compra llegué a casa después del largo trayecto realizado a pie desde el mercado de Saint Germain des Prés. Olga saliendo de la ducha me ayudó sin vestirse siquiera a meter las cosas en la nevera. La observé de reojo: era preciosa y su proximidad y el olor a pino de su jabón de ducha hicieron que sintiera fuertes palpitaciones en mi vagina y como unas corrientes eléctricas subían unas sensaciones, jamás sentidas por mí, hasta alcanzar mis pezones.

El pulso en las sienes era tan fuerte que temí marearme. Me tambaleé un poco como si fuera a caerme pues las piernas me fallaban. Olga me sujetó y tumbó en el canapé de aquella habitación que Antoin y yo habíamos decorado como una sal de estar.

Le dije que sentía dolor en la espalda como excusa. Ella se puso un albornoz y empezó a masajearme los hombros y la espalda. Aquel placer que subía desde mi vagina volvía… una y otra vez… como en oleadas. En un determinado momento se montó encima de mí a horcajadas. Sentí cómo el suave vaivén de su pubis contra mis glúteos hizo que de mi vagina surgiera un chorro líquido como si me hubiera orinado. Tuve que morder la manga de mi jersey para ahogar el grito. Ella debió sentir algo misterioso: sus gemidos eran como los de un alma en pena, pero también eran de placer.

No me atrevía a moverme por miedo a que aquella sensación se esfumara y así llegó un momento en que Olga jadeando se tumbó a mi lado y sus delicados besos me adormecieron. Cuando desperté eran las dos de la tarde… Ella seguí a mi lado abrazándome. Antoin no regresaba nunca antes de las 6 de la tarde. Así que tuve tiempo de que mi pubis vitrocerámico conociera varias veces la sensación de placer de unos labios femeninos.

Durante los meses que Olga estuvo estudiando cada mañana repetíamos aquellos juegos amorosos y fue ella la que me leía de unas páginas mecanografiadas poemas llenos de metáforas surrealistas que me costaba entender, pero que llenaban mi alma de misterio.

-Creo Rosa que esa experiencia con Olga es algo que muchos hombres desearían haberlas vivido. ¿No volviste a verla más? -No.  Aunque espero con inquietud a que de un momento a otro aparezca aquí pues he visto su nombre en la lista de convocados a esta Fiesta de las Mansardas.

También, tengo que decirlo, intenté tener una aventura con Alexis un muchacho que tomó la habitación contigua a nuestro dormitorio. Estaba realizando un "stage" en la agreguría de una embajada. Tan sólo tenía veinticuatro años y simpatizábamos. Era un joven bien plantado, muy atento, más bien tímido, o por lo menos lo parecía, con una frente cupular, ojos luminosos y un bigotito corto como era moda. Me las arreglaba para aparecer desnuda ante él al salir de la ducha, pero nunca logré excitarle.

                                                                                       Johann R. Bach


1 comentario:

  1. Bien expresado pero el amor lesbico a mi no me ...no casi prefiero el interruptus de Anton , un poco verde pareceme este capitulo J R

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