LAIA ARQUITECTA DE ALGODÓN
No había en la Tierra lugar para grandes teoremas.
El mundo se movía en minúsculas implantando el café para todos, dando pábulo a estratagemas de trileros como regla de modernidad.
Algunos movimientos telúricos
despertaban a perezosos volcanes supuestamente apagados y ponían acento al desconcierto general. La lava se extendía por las laderas fundiendo el hielo acumulado durante siglos.
Laia, arquitecta de algodón,
contra viento y marea, aconsejaba a los caldereros dulcificar el hierro, a los encofradores sonreír antes de que fraguase el cemento mientras ella, simpática rosa naíf, en el cuenco de la mano recogía estrellas vacilantes.
Johann R. Bach
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