EL OCASO DE LA FUNCIONARIA
Este mes tampoco he podido pagar
el alquiler de mi vivienda. Me han tenido que dar la orden de desahucio para sentir en mi piel que nada me pertenece. Miro todos los rincones de la casa y recuerdo.
Muy lejos han quedado el charleston
y los paseos por la Place Clichy.
He elegido esta ventana con vistas.
Asomada a ella, mitad dentro, mitad fuera, reflexiono porque es lo único que puedo hacer. Nada me pertenece excepto la memoria de lo vivido. Una colosal serenidad, fruto de mi soledad absoluta, recorre todo mi sistema nervioso central.
Comienzo como antaño a observar –bajo un subjetivismo de nuevo cuño- los árboles, las aves, los colores, las piernas limpias de varices de las funcionarias jóvenes que vuelven al atardecer; así libre me siento; tienen algo que decirme, algo que preguntarme de los trienios, algunos chismes que revelarme.
A veces me avergüenzo de esta nueva ternura que ahora siento –quizá sea ingenuidad- y que se instala sin que yo lo quiera en mis labios, así un poco como la golondrina en un tejado en ruinas.
.................. ..................... .................. ................ ................... .......................
.................. ..................... .................. ................ ................... .......................
Cuando Cassia y yo nos instalamos en casa de Clementine la funcionaria
jubilada tuvimos que comprar muebles, pintar todo el apartamento, empapelar la
inmensa sala de estar, colocar cuadros y luces y cambiar la caldera del agua
caliente. No lo hicimos por un sentimiento piadoso hacia la empobrecida anciana
sino bajo una sensación alegre de construir un hogar, un espacio destinado,
como un refugio antiaéreo, a soportar las noches.
Durante aquellos días, al vernos trabajar con aquella alegría propia
de la sangre en ebullición Clementine recuperó el brillo de sus ojos demasiado
apagados por el color gris del arco senil, en sus labios aparecía de vez en
cuando la sonrisa. Cierta noche en la que Cassia y yo caímos agotadas sobre el
sofá, nos preparó un té y tuvimos una conversación en la que no sorprendió la
profundidad de su pensamiento:
Se preguntaba Clementine como la mariposa –decía ella- “¿es nuestra
vida solo un sueño?” en este siglo XX, ya agonizante, se ha convertido en crisálida,
que devora lo que es un hecho, lo digiere y lo expulsa como ficción. Por eso se
dice: nuestro yo existe solo en el ciberespacio, todo vive y se comunica
digitalmente; lo que no está en Google finge estarlo. Sólo almacenados somos
inmortales. Dentro de la pantalla vivimos una vida de novela, pero a este lado de
la pantalla sólo está presente la soledad más absoluta.
Griselda Corni Fino
ResponderEliminarAhir a les 17:05
Buen paralelismo el de la golondrina sobre un tejado en ruinas ,